El PRD en el Senado
Liébano Sáenz
2-agosto-08
La definición de quién habrá de presidir la mesa directiva del Senado reviste mayor importancia que la que nos ofrece la coyuntura y la circunstancia. Más allá de las calificaciones o méritos de las opciones existentes (los senadores Beltrones, Navarrete, Creel y Madero), la cuestión es si el PAN y el PRI, con votos suficientes en el pleno, facilitarán, como sería de esperarse en condiciones normales, que el PRD presida los trabajos parlamentarios de septiembre de 2008 a agosto de 2009.
La relevancia y trascendencia del tema tiene que ver con la manera de resolver el dilema inclusión o exclusión. Los legisladores y una parte destacada de la opinión pública han padecido la manera como un grupo minoritario de parlamentarios, agrupados en el Frente Amplio Progresista, ha obstruido los trabajos legislativos a través de acciones claramente contrarias al orden reglamentario del Congreso. Este espectáculo ha afectado seriamente al Poder Legislativo; las acciones directas, por justificadas que pudieran parecerles a quienes las ejecutan o las ordenan, son contrarias a la civilidad propia del parlamento, además, en nada contribuyen a superar la desconfianza ciudadana sobre los partidos políticos y los legisladores.
Un sector del Congreso, seguramente respaldado por una parte importante de la opinión pública, considera que el grupo parlamentario perredista perdió el derecho a presidir el Senado, a manera de sanción por el desorden de algunos de sus miembros en el curso de la legislatura. La cuestión es que el PRD supera 25% de los asientos y en la Ley Orgánica del Congreso esta representación le da una condición especial, si no para presidir en automático al Senado, sí para tener un trato equivalente al de las otras dos fracciones, lo que quiere decir que, en condiciones regulares, contaría con el derecho de presidir los trabajos en el Senado cada dos años. No verlo así es una forma de exclusión de una mayoría sobre una minoría que representa a casi una tercera parte de los sufragios en los comicios que decidieron la integración del órgano legislativo.
Es posible que la preocupación de quienes tienen mayor influencia en las decisiones del PRI y del PAN, no sea el momento actual, sino el último año de la próxima legislatura, es decir, el año del proceso electoral presidencial. Ellos saben bien que si se concede que un legislador del PRD presida al Senado ahora, lo presidiría también en el año 2011 a 2012. Es una pena que el mal precedente del desenlace de la elección de 2006 afecte los términos de confianza y corresponsabilidad entre las fuerzas políticas; después de todo a ningún partido se le tienen escrituradas las instituciones ni su salvaguarda y la sociedad no distingue entre partidos cuando de expresar su desconfianza en los legisladores se trata. La tarea no es profundizar las heridas que resultaron de un proceso electoral muy competido, polarizado y con un resultado electoral extraordinariamente cerrado, sino superarlas; mirar hacia el futuro deseable es la tarea, promover el principio de la corresponsabilidad, no minarlo por una desconfianza anticipada.
En todo caso es necesario revisar si la fracción —una entidad independiente a la de quienes la integran— debe ser penalizada del derecho de presidir los trabajos por la conducta impropia de algunos de sus miembros o de correligionarios que, sin ser legisladores, cuentan con un significativo poder de influencia, sean o no dirigentes. Estimo que es un error. Además, los coordinadores parlamentarios del PRD en ambas cámaras han jugado un papel importante para mediar entre los impulsos de la polarización que caracteriza a un sector de su fracción legislativa y un sentido de responsabilidad y lealtad a la institución parlamentaria. En realidad, a quien se sanciona o excluye no es al extremismo, sino a quienes, dentro del PRD legislativo, han promovido el entendimiento y la prudencia. En otras palabras, la penalización tiene efectos contrarios, incluso, al interior del grupo parlamentario y del partido: hace dar la razón a quienes con mayor dificultad se han avenido a las reglas y al orden parlamentario, así como a los que creen que nada hay que cuidar en las instituciones porque todo está podrido.
Lo acontecido en la Cámara de Diputados es ilustrativo del dilema y de su desenlace. Antes de que la diputada Ruth Zavaleta fuera designada por el pleno, presidenta de la Cámara y, por ende, del Congreso y, por lo mismo, responsable para conducir los trabajos al momento de la comparecencia del presidente Calderón en la apertura de las sesiones de 2007, había serias preocupaciones sobre lo que sucedería. Después de 11 meses de ejercicio de la presidencia de la diputada del PRD, el balance es claramente positivo, no obstante los muy difíciles momentos que se han vivido en la Cámara baja. Nuevamente, el capítulo es más relevante de lo que indica la coyuntura y la crónica de individualidades: lo más relevante de todo el proceso es que quien preside el Congreso tenga la capacidad para asumirse en esa responsabilidad y no como parte de un segmento o de un proyecto ideológico. El precedente tiene mucho valor para el futuro de la vida parlamentaria mexicana.
La democracia es un proceso de autoaprendizaje; nadie nace demócrata, sobre todo por las autolimitaciones que este paradigma impone. Son los beneficios de su vigencia lo que propicia que cobre fuerza, incluso que tenga el poder para someter a su propia lógica a quienes se resisten o lo ven con desconfianza. Sus dos encantos, por decirlo con una metáfora válida, son las libertades y la coexistencia; éstas deben tener vigencia plena, por ejemplo, la coexistencia debe estar acompañada de la posibilidad de participar efectivamente en el ejercicio del poder; no está por demás señalar que la exclusión, aunque tenga el aval mayoritario, es una negación democrática. No son los números los que siempre mandan, el paradigma obliga también a pensar en los principios, como lo señalara el parlamentario británico Edmund Burke, en su genial y trascendente obra Reflexiones sobre la Revolución Francesa. Por argumento democrático, no por afinidad ideológica o política, es el PRD el que debe presidir el Senado.
Publicado en Milenio
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