Socialismo y aristocracia
Jesús Silva-Herzog Márquez
25 Ago. 08
José Ortega y Gasset se describía en algún ensayo comoun socialista aristocrático. "Yo soy socialista poramor a la aristocracia". Ese enlace de ideologíasenemigas era la síntesis de su política: socialismoaristocrático. La paradoja era razonable para elfilósofo: sólo el socialismo sería capaz de alumbrarla verdadera aristocracia. No se defendía, porsupuesto, el quiste de los privilegios, sino el libredespunte de los auténticos talentos. Sólo unaplataforma de igualdad permitiría ese mando de losmejores que implica, en su puro sentido etimológico,la palabra aristocracia. Ortega rechazaba lascaprichosas regalías del nacimiento que concentrabanel acceso a la cultura en unos cuantos. Cuando lacultura es confiscada por un manojo de familias, elresultado es la progresiva degradación pública. Impidepor eso el liderazgo de los mejores, eternizando eldominio de los de siempre. Por ello exigía el esfuerzode una política socialista que ofreciera a todos losciudadanos condiciones semejantes para saber, paravivir, para crear. El socialismo era claramente unmedio, no el objetivo. Su (breve) apuesta socialistano abrazaba una doctrina para la igualación, sino laigualación como la necesaria gestación de laexcelencia. Si el meditador despreciaba al hijo defamilia, también aborrecía el uniforme de lamediocridad generalizada. De ahí su búsqueda: igualdadpara el alumbramiento efectivo del talento.Antoine de Saint-Exupéry, el autor de El Principito,decía que cada vez que se subía al tren sentía unaangustia profundísima. Veía un montón de personasapretujadas, con prisa, corriendo a su trabajo,regresando con cansancio a su casa. La escena diariaera una tragedia. Cada cuerpo ocultaba un cadáver deposibilidades. Cada uno de esos hombres era un "Mozartasesinado". La república no debía limitarse a laigualdad electoral. Ni siquiera podría complacerse conel acceso a una escuela gratuita. Al Estadocorrespondería salvar a ese genio estrangulado por lamediocridad avasallante. Su ambición era unrepublicanismo para lo sublime. El ex presidentechileno Ricardo Lagos bordaba la misma aspiración alconcretar su idea de la izquierda contemporánea. ¿Quésignifica ser progresista en nuestros tiempos? "Ser deizquierda hoy es darle a todo mundo la oportunidad devolverse un Bill Gates".Los valores aparentemente contrapuestos que Ortegaquería hermanar pueden servir de evaluación estatal.¿Es capaz de emparejar el terreno y catapultar eltalento? ¿Logra ofrecer a todos las condicionesmínimas para el desarrollo de cada uno? ¿Consigueestablecer un piso de contemporaneidad ciudadana?¿Estimula, premia, reconoce las capacidades? Hay enestos tiempos una cascada de medidores educativos.Índices, pruebas, encuestas que se han multiplicado enMéxico y en todos lados. Creo que estos cotejos debenevaluar el cumplimiento de esos propósitos. Un medidorsocialista y un medidor aristocrático: indicadores deigualdad e indicadores de excelencia. Ambos índicesexhibirían el fracaso del modelo educativo mexicanoque ha sido incapaz de promover la equidad y quetambién ha sido incapaz de estimular el florecimientodel talento.Lejos de aquel socialismo aristocrático de Ortega,lejos del republicanismo artístico del aviadorfrancés, lejos de la izquierda del capitalismocreativo, la educación mexicana representa elclientelismo para la mediocridad. La escuela ha sidosecuestrada por la política: ha sido y sigue siendo unespacio subordinado a los intereses políticos delEstado mexicano. Espacio para el control político,plataforma de legitimación, surtidor de respaldos a unrégimen. Nacido en el viejo régimen corporativo, elsindicato de maestros ha sabido transformarsehabilidosamente para convertirse en un trampolínelectoral independiente que, desde su relativaautonomía, negocia ventajosamente con los podereslocales y federales. Pocos han entendido tan bien elcambio político de México para usarlo en su beneficiocomo la dirigente ¡vitalicia! del sindicato demaestros. Ha aprovechado como nadie el fin del partidohegemónico; ha sacado jugo a su inmensa clientela; seha beneficiado del debilitamiento del poder central;ha explotado la fragilidad política del panismo y haexprimido el nuevo poderío de los poderes locales. Laescuela sigue siendo el último trapo de susprioridades.El resultado es un doble indicador de fracaso. Laescuela no funda el lenguaje común de la república,ese mundo de significados compartidos que permiten queuna sociedad conciba un destino común. Tampoco nosinserta en la contemporaneidad global. No aporta losconocimientos, no cultiva las habilidades paradialogar con el resto del mundo y competir con éxito.Educación, pues, que mantiene, prolonga y aún amplíalas desigualdades originales y que mantiene unbarranco que nos separa del planeta. La escuelatampoco aviva los talentos. No existe una política quedetecte, que promueva, que premie al niño que tienefacilidad para las matemáticas, que tiene destrezasespeciales para la música, o aptitudes para eldeporte. Nada hacemos para alentar vocaciones ytalentos personales. El desdén criminal lo pagamostodos. La vocación que despunta temprano en el niño esmartillada de inmediato por una política que castigasistemáticamente a quien sobresale. La escuela nosdivide y nos aplana. Perpetuación de desigualdades eigualación de mediocridades.
Publicado en Reforma
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