A los nuevos spots del PRD chuchista donde cantan al unísono aquellos de peldón si te ofendí, peldón, sólo les falta música de violines y un croma Rosita Fresita para remarcar su nuevo estilo light. De hecho, por la textura cinematográfica que eligieron, el sentido emocional del discurso y la intención seleccionada, cualquiera diría que es producción de los hermanos Cuarón y que lleva por título Era rudo, ahora soy cursi.
Ofrecer disculpas es uno de los bastiones de lo políticamente correcto. No sólo denota señorío, templanza sino también un rasgo de humildad que suele tener buena prensa. Sin embargo, en política, sobre todo en las grandes ligas, reconocer las pifias personales suele ser confundido como una de las formas más acabadas del cinismo. Ningún político, ni siquiera el más extraviado —Fox por ejemplo—, se ha disculpado o, en todo caso, tramposamente, piden disculpas en vez de ofrecerlas.
Bejarano, en su momento, hizo lo propio en la Cámara de Diputados y lo único que consiguió fue ser objeto de brumas crueles y despiadadas. Luego pensemos, en otros terrenos de la vida, en El Ojitos Meza que luego de su fracaso como director técnico nacional también hizo lo mismo, sólo para recibir una fuerte dosis de burlas y gracejadas. No se diga el gran Jolopo quien, luego de decir que a los pobres del país no podía más que pedirles perdón, se ganó un lugar de luxe en la historia universal del humor involuntario.
En México las disculpas públicas no sólo no son bien vistas sino, incluso, generan franca animadversión. Imaginemos si a Díaz Ordaz se le hubiera ocurrido organizarse un mea culpa por lo del 68, o a Luis Echeverría por lo del 71, o a Carlos Salinas sólo por existir, habría sido un desastre nacional.
Qué le vamos a hacer, preferimos a los políticos honestamente lángaros que sospechosamente humildes. Quizá sea culpa del música profeta José José que nos enseñó a dudar de las caricias mustias.
Por eso Bill Clinton, cuando vivió el pasaje Mónica Lewinsky, recurrió a todos los retruécanos del lenguaje para no reconocer sus mórbidos encuentros en la Sala Oral de la Casa Blanca. Bueno, tampoco entendió que el reproche no era por haberle sido infiel a Hillary sino por su mal gusto.
El nuevo PRD descafeinado tiene derecho a recuperar la fe del electorado mediante conmovedores golpes de pecho, pero no estoy seguro de que funcione esta idea de pasar de rudos a cursis sin jarocha de por medio.
Así se corre el peligro que sean un partido con mucho pasado, poco presente y ningún futuro.
Publicado en Milenio
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