También la izquierda tiene pederastas
Roberto Blancarte
21-04-09
Si no involucrara otro caso más de pederastia en la Iglesia católica, el caso del presidente de Paraguay, Fernando Lugo, podría ser hasta jocoso. Pero precisamente por ese hecho no lo es. Los tan publicitados cuatro kilos de nalgas y dos kilos de senos de la modelo y/o vedette argentina, Jessica Cirio podrán servir para algunos como parte del imaginario de la tentación diabólica o para otros como justificación de la debilidad masculina o lo cuestionable del celibato sacerdotal; lo cierto es que sólo ocultan un hecho más grave, es decir, que nuevamente un alto dirigente religioso, en este caso un obispo católico, es un criminal pederasta.
La característica de este nuevo caso es que, contrariamente a la gran mayoría de los otros conocidos, está protagonizado por un altísimo representante de la llamada Iglesia progresista o izquierda eclesial. El actor principal de esta obra es un obispo de avanzada, heredero de la difusa, desagregada y muy golpeada teología de la liberación, tan característica de los años 70 del siglo pasado, reciclada bajo diversas formas. Lo trágico y al mismo tiempo chusco de esta situación, además del hecho criminal de la pederastia, es que este personaje se había convertido en una referencia para muchos, que veían en él a la representación de una fórmula posible de participación religiosa en la política. Un obispo o eventualmente ex obispo de izquierda que logra, después de azarosos (y por lo visto necesarios) trámites burocráticos en el Vaticano, dejar su estado sacerdotal, para luego emprender una campaña política civilista y derrotar al viejo Partido Colorado (una especie de PRI paraguayo), ofreciendo un modelo de desarrollo diferente para su país. Para desgracia de sus seguidores y de todos aquellos que veían en él la posibilidad de un cambio que parte de una posición comprometida ética y políticamente, la realidad se presenta con toda crudeza, como un gran desmentido, si no del proyecto político, por lo menos de su pureza ética.
Pero el problema va más allá. Tiene que ver con el abuso sexual de un hombre de, en ese momento, 48 años, a una niña de 16. Ignoro si el estupro está tipificado como delito en Paraguay. En cualquier caso, no deja de constituir un abuso, viniendo de un obispo, con toda la alevosía que constituye tomar a una menor de edad y, amparado por el aura de la autoridad religiosa, convencerla de tener relaciones sexuales. El obispo es 32 años mayor que ella. Podía haber sido hasta su abuelo. La sedujo mientras ella tomaba su curso de confirmación de su fe, en la apartada ciudad de Choré, la cual formaba parte de la diócesis a cargo de Lugo. Y no se trató de encuentros esporádicos, sino de una relación que culminó con el embarazo de la ya no adolescente Viviana Carrillo.
Lo peor de todo es que no estamos frente a un crítico práctico del celibato sacerdotal. De hecho, cuando regresa al estado laical, gracias a la aprobación del Vaticano, en diciembre de 2006, Viviana tenía ya tenía cinco meses de embarazo. Aunque no quisiera casarse, Lugo podía haber reconocido a su hijo al nacer éste en mayo de 2007 y admitir que había tenido esa relación. Supongo que no lo hizo porque pocos meses después iniciaría una lucha que eventualmente lo llevaría a la Presidencia de la República, en abril de 2008. Me imagino que no habría sido fácil hacer una campaña contra la corrupción ancestral de un partido, admitiendo que se es pederasta y que tuvo, como ahora se estila decir, “una doble vida”; que al mismo tiempo que predicaba acerca de la indispensable moralidad y comportamiento ético de sus feligreses, abusaba de su poder sacerdotal. El escándalo suscitado por la aparición de la vedette argentina y la indignada reacción de la madre de su hijo, lo único que hizo fue mostrar que al tipo le gusta el poder y por lo visto, abusar con él y de él. Eso es lo que lo une a tipos como Maciel o tantos otros abusadores sexuales: es una cuestión de poder.
Cuando las iglesias y agrupaciones religiosas se vuelven moralistas e intransigentes, la consecuencia es Torquemada y la inquisición. Cuando el poder político y el religioso se unen se generan los personajes como Savonarolas o los Osama bin Laden. Cuando la izquierda se viste con el hábito de la pureza, el resultado es Robespierre o Stalin o cualquiera de nuestros ilustres mesías tropicales. Fernando Lugo es la suma de muchas de estas contradicciones y alquimias vergonzosas. Su búsqueda de un país con más justicia social y democracia se toparán con los hechos de quien en lo personal se contradijo y rompió con los más básicos principios de ética. Podrá ser un gran luchador social, pero es un pederasta, un abusador de una niña de 16 años, un mentiroso que no tuvo el valor civil de admitir su crimen cuando pudo hacerlo y alguien que en poco tiempo ya comenzó a dar muestras de estar corrompiéndose por el poder político. Si ahora reconoce su relación es únicamente porque el escándalo le estalla en la cara.
Al final, Lugo nos acaba de reiterar algo que en México ya sabemos, aunque tendemos a olvidar: que los políticos religiosos, sean estos ex sacerdotes metidos en la política o políticos iluminados y místicos, suelen ser más peligrosos que los simples ciudadanos mortales y pecadores.
Publicado en Milenio
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