Ciro Gómez Leyva
21-10-09
Hace bien la Arquidiócesis de México en lanzarse con todo contra la posibilidad de que Emilio Álvarez Icaza sea el próximo presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). Mal haría la iglesia en tolerar a un hombre que se ha definido sin vaguedad a favor del aborto.
El clero está en lo suyo. Sorprende, en cambio, el silencio marchito de las presuntas voces laicas que, por lo visto, prefieren dejar solo a Emilio que meterse en problemas con la Santa Madre, sus aliados y clientela.
Sorprende que los otros aspirantes de peso (González Pérez, Farah, Olamendi, Plascencia) no hayan secundado la réplica de Emilio: en un Estado laico, defender la libertad de elección de las mujeres es defender un derecho humano fundamental. ¿O alguno de ellos repudia ese principio? ¿O alguno de ellos tiene que convocar a un “gran debate”, social o legislativo, para llegar a esa premisa?
Y sorprende que, de nueva cuenta, una mujer, la más poderosa de México en la política formal, la presidenta del PRI, Beatriz Paredes, deje pasar esta enésima oportunidad para expresar rotundamente que ella no está a favor de que en 16 entidades se encarcele a mujeres pobres que abortaron y fueron sorprendidas.
Triste panorama: el cálculo de poder encoge las definiciones. Ahora sabemos que la mayoría de los candidatos a encabezar la CNDH calculan desde ahora como políticos profesionales que han sido o son. Y que Emilio, el “abortista”, se faja como ombudsman en un tema en el que no valen las ambigüedades estilo Beatriz Paredes.
Porque ya se vio de qué tamaño puede ser la contraofensiva de quienes ponen a Dios por encima… de las mujeres.
Publicado en Milenio
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