19 oct 2009

Luz y Fuerza. Ejemplo, no excepción


Héctor Aguilar Camín

19-10-09

Quienes reclaman responsabilidades al gobierno en la improductividad suicida de la liquidada compañía Luz y Fuerza del Centro, tienen toda la razón.

Faltan en el cuadro la corrupción y la improductividad venidas de las sucesivas administraciones priistas y panistas de Luz y Fuerza; es decir, venidas del Estado.

Faltan los datos de la improductividad, los privilegios y la corrupción de la alta burocracia que administró LFC, contraparte acabada de su sindicato. Fue más fácil liquidar la empresa que cambiar las conductas cómplices de ambos.

Una complicidad semejante recorre toda la cadena sindical pública de México. Luz y Fuerza no es una excepción, sino un ejemplo extremo de las prácticas de improductividad y connivencia que son vida diaria en la relación laboral de empresas paraestatales y dependencias de gobierno.

Completar el retrato de Luz y Fuerza con las culpas del gobierno permitiría entender mejor una forma histórica de lidiar con los sindicatos y administrar los bienes del Estado. Esa forma resistió intocada la transición democrática y goza hoy, paradójicamente, de mayor autonomía que nunca.

Las cadenas de poder de los sindicatos públicos no sólo no pueden ser tocadas por gobiernos que temen su insubordinación política, sino que han aumentado sus capacidades de negociación aprovechando la mismísima pluralidad democrática.

Su capacidad de resistencia y protesta ha crecido porque han crecido sus posibilidades de encontrar aliados en las fuerzas opositoras al gobierno en funciones.

El sindicato de maestros ha llegado al extremo de crear su propio partido político y ofrecer alianzas electorales a distintos partidos en distintas plazas.

Pocas cosas hacen tan invulnerable al sindicato petrolero como la automática complicidad que encuentra en el PRI y en la izquierda el tabú petrolero.

Los gobiernos panistas optaron por aliarse con los primeros y no tocar a los segundos. Habría que ver las cifras, pero podría apostarse que ambos gremios ganaron en estos años más de lo que sacaron nunca de su subordinación negociada con el Estado posrevolucionario que los inventó.

Pongamos todo junto —maestros, petroleros, electricistas, burócratas federales y estatales, trabajadores de la salud, de las universidades públicas, de los municipios, de los otros poderes— y tenemos unos cinco millones de trabajadores metidos todos, matices más o menos, en la forma histórica de trato laboral que estelarizan Luz y Fuerza y el SME.

Publicado en Milenio

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