27-02-10
¿Cómo entender que el torturador lamente la muerte del torturado?
¿Cómo decodificar que el presunto gran líder de la nueva y moderna izquierda latinoamericana abrace calurosa, sonrientemente, a los carceleros, mientras se enfría el cuerpo del encarcelado?
En uno de tantos blogs, encuentro una foto que paraliza. La madre de Orlando Zapata Tamayo muestra la camisa de su hijo después de la golpiza que en la prisión le dieron a su hijo en octubre de 2009. Golpiza que eventualmente lo llevó a la huelga de hambre y a la muerte.
Hace unas semanas, Aminatu Haidar, la activista Sarahui pro derechos humanos, estuvo 32 días en huelga de hambre. Hasta el gobierno marroquí, que no se caracteriza por su suavidad, terminó cediendo.
No en la isla de los Castro, donde se dejó morir a Orlando Zapata Tamayo.
Así lo contó el periodista cubano Raúl Rivero, alguna vez también preso, en El Mundo de Madrid:
El activista había trabajado en varios grupos de la oposición pacífica, fue uno de los organizadores de una peña de debate social en el Parque Central de La Habana y, en la llamada Primavera Negra de 2003, durante una ola represiva que llevó a prisión a 75 cubanos, Zapata Tamayo fue sentenciado a tres años de cárcel.
En ese juicio inicial se le formularon cargos por desorden público, desacato y desobediencia, pero después, durante sus estancias en los centros penitenciarios habaneros, de Pinar del Río, Holguín y Camagüey, por actos de protestas y desafíos a los carceleros, le elevaron la pena a 36 años de cárcel. Esa era la condena que cumplía cuando murió.
Las exigencias del preso y su permanente trabajo de denuncia por los malos tratos, por la falta de alimentos y la higiene en las celdas y destacamentos, hicieron que los carceleros actuaran siempre con rigor y violencia contra el activista.
En octubre de 2009, Zapata Tamayo recibió una paliza en la prisión provincial de Holguín. Durante el episodio recibió un golpe que le produjo una lesión grave en la cabeza y lo tuvieron que someter a una cirugía de urgencia.
Su familia denunció que cuando comenzó su huelga en la cárcel de Kilo 8 en Camagüey, los militares decidieron negarle el agua para beber y la medida le provocó una falla renal. Después, en el hospital adonde lo trasladaron, ya con la salud muy deteriorada, lo dejaron casi desnudo frente a un equipo de aire acondicionado y se le diagnosticó poco después una neumonía.
Ahora, esta mañana de febrero, ya no está, y la cifra de presos políticos cubanos se queda en un número redondo: 200. La perfección para los informes y la incredulidad de la burocracia y el papeleo de los políticos donde las vidas de estos hombres circulan o se ocultan como si fueran siluetas sin cara, sin familia y sin nombres.
El dictador Raúl fue rápido en “lamentar” la muerte y sus lacayos rápidos en calumniar al muerto al decirle a la prensa que “Zapata no estaba condenado por pertenecer al grupo de los 75, sino que cumplía con una pena de 25 años de prisión por haber sido condenado desde 2004 por una serie de delitos relacionados con el desorden público, estafa, exhibicionismo y tenencia de armas”.
Lula abrazó a los Castro.
Uno creería que los viejitos barbudos aceptarían lo de que muerto el perro se acabó la rabia, pero no.
En Cuba uno no puede siquiera enterrar tranquilo a sus muertos.
Así lo contó El País:
No hubo incidentes graves en el funeral del prisionero de conciencia cubano Orlando Zapata Tamayo en la localidad oriental cubana de Banes.
No podía ser de otro modo: el municipio, situado a 830 kilómetros de La Habana, fue tomado por la policía. Todos los accesos fueron controlados, no se permitió la entrada a la ciudad de opositores ni de curiosos. Según fuentes de la disidencia, “el operativo fue espectacular”: más de un millar de agentes, entre uniformados y policías de civil, además de mandos de alta graduación que viajaron desde la capital, vigilaron de cerca todos los movimientos de esta humilde población de 35.000 habitantes, cuna del dictador Fulgencio Batista.
“Desde el miércoles Banes vivió un verdadero estado de sitio”. Así lo ha descrito Berta Soler, una de las Damas de Blanco que pudo llegar hasta el lugar desde La Habana. Poco después del funeral, la madre del opositor, Reina Luisa Tamayo, declaró que hasta el último instante el cortejo fúnebre sufrió presiones. La familia pretendió llevar a hombros el cuerpo al camposanto, pero las autoridades no lo permitieron. Tuvo que ir en coche fúnebre, acompañado de decenas de familiares, amigos y un puñado de opositores que habían podido entrar en Banes el día anterior.
En la isla de los hermanos Castro.
Compañía, por cierto, que nuestro Presidente disfruta.
Publicado en Milenio
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