09-07-10
Las elecciones en 14 estados del país arrojaron resultados contradictorios. Para el PRD, que postuló como propios a sólo cinco de los 11 candidatos a gobernador, se trata de un desastre, en especial por la vergonzosa pérdida de la única entidad que gobierna: Zacatecas, donde la derrota fue producto de la división de la izquierda, promovida por el propio partido en el gobierno. En cuanto a los estados gobernados por el PAN, el desastre es también total: todos perdidos, incluido Baja California. El PRI sólo consiguió mantenerse en una parte de los estados que gobierna; perdió en Oaxaca, Sinaloa y Puebla, mientras que Durango permanece bajo interrogante. Pareciera que los tres partidos perdieron.
Una característica importante ha sido la fuerte tendencia hacia la alternancia de partido. Seis de las 12 gubernaturas en juego cambiarán de manos. Asimismo, en Veracruz y Durango las diferencias son pequeñas. El voto de castigo o la simple crítica a los partidos que gobiernan llegó a expresarse como elemento decisivo.
Otra característica de las recientes elecciones fue el uso abusivo de los recursos públicos, la compra de votos y demasiadas maniobras, algunas estúpidas y otras inicuas. Los políticos mexicanos se lanzan con todo lo que el poder les confiere como si fuera de su patrimonio, y en no pocas ocasiones de manera francamente ilegal. Sigue sin existir en México un pacto de carácter ético en la lucha política.
El fenómeno que ocupó más la atención fue la coalición entre el PAN y el PRD, la cual le dio poco a estos dos partidos, fuera de haber impedido varios triunfos del PRI. En Oaxaca ganó, en términos concretos Convergencia, aunque con muy escasos votos propios, mientras que en Sinaloa obtuvo la victoria un disidente priista que, según dice, gobernará solo. Puebla se cocina aparte, pues ése sí podría considerarse un triunfo de Acción Nacional, aunque el próximo gobernador haya sido un prominente priista hasta hace poco. En cuanto a Chiapas, el triunfo fue del gobernador, quien sólo responde a sí mismo pero usa por igual a más de tres partidos.
Estos enredos muestran quizá algunos elementos presentes en la política actual. Por una parte, el PRD sigue en su declive como opción propia: no avanza a ninguna parte por sí mismo. El PAN sólo pudo frenar al PRI gracias a alianzas pero con totales pérdidas propias. El PRI, proclamado en la víspera gran vencedor por los encuestadores, golpeó al PAN y al PRD pero perdió más si se consideran las entidades donde nadie diferente ha gobernado hasta ahora: Oaxaca, Puebla y Sinaloa.
Los tres partidos más importantes de México tienen cada vez menos ideología propia y más tendencia a buscar el poder por el poder, sin decir de seguro para qué lo quieren. El PAN ha dicho que regresa a la próxima contienda por la Presidencia de la República, mientras el PRI canta su carácter mayoritario y el PRD se muestra satisfecho de haber hecho algo que no alcanza a definir, como no sea el triunfo de Gabino Cué en Oaxaca, que podría llegar a ser un hecho histórico frente al despotismo priista.
La lucha política se muestra intrigante, pero hay algo que amarra todo: el sistema de partidos que ha construido la ciudadanía votante está demasiado suelto. No tiene un relevo posible de momento, pero las relaciones políticas son inciertas, precarias y, en muchos sentidos, agotadas. Hay un juego de vencidas sin lucha ideológica, sin confrontaciones claras de propuestas políticas. Los poderes fraccionados se enfrentan entre sí para prevalecer, sin definir de cierto a dónde quieren conducir al país. Así fue el superdomingo.
Publicado en Milenio
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