10 oct 2010

El futuro de la izquierda

Federico Berrueto
10-10-10

Lugar común y desgastado decir que México necesita una izquierda con opción de gobierno. Afirmarlo en la circunstancia actual también puede ser tramposo, porque serviría para minar la fuerza moral que la izquierda requiere para ganar el poder. No precisa ser de izquierdas para advertir el engaño; para ganar el poder la izquierda no necesita moderación, sino inteligencia, audacia y determinación para impulsar su proyecto y así enfrentar con éxito a sus adversarios de circunstancia y enemigos políticos históricos.

Los factores más nocivos de la izquierda no están fuera, sino dentro. El colaboracionismo no es confusión política, sino expresión de la corrupción que allí siempre ha existido, proverbial en muchos de sus personajes de ayer y hoy. En dos ocasiones la izquierda ha estado por ganar el poder nacional, 1988 y 2006, en ambas ha sido por la vía de lo votos. La vida democrática ha sido lo suyo, aunque sus detractores lo nieguen. Empero, fue derrotada por la pérdida de aliados y el sentimiento de amenaza que recrearon sus enemigos, pero también por la traición desde adentro. La diferencia es que en 1988 la izquierda era marginal, en 2006 ganó espacio significativo en el Congreso y tenía el gobierno en Chiapas, Guerrero, Michoacán, Zacatecas y Baja California Sur.

Está por escribirse la realidad sobre la derrota electoral y política de AMLO. Respecto a la primera, sin duda, estuvo presente una excesiva confianza y tozuda complacencia. Incomprensible y embarazoso que López Obrador haya alcanzado cientos de votos en casillas donde el PRD, con toda su burocracia y millonarias prerrogativas, no haya acreditado representantes. Este hecho es señal que combina torpeza, corrupción y traición. Allí se perdió la elección; los números de Guanajuato, Jalisco, Querétaro y Aguascalientes son reveladores, igualmente comprometedores donde había gobernadores del PRD.

López Obrador se concentró en la elección presidencial y en el DF, dejó en sus adversarios internos las candidaturas para el Senado y la Cámara de Diputados; se engolosinó con la propuesta y desatendió el territorio. Además, perdió perspectiva de lo que podría venir después de los comicios. No previeron que la lucha habría de trasladarse al Congreso. Allí ocurrió la traición y la derrota política. El PRI, especialmente en el Senado, adquirió el carácter de fiel de la balanza no por virtud, sino por la perfidia del régimen de ver dividido y enfrentado a López Obrador con sus senadores y diputados, platillo exquisito que cobraron con creces algunos del PRI y que significara que los remanentes de Madrazo triunfaran perdiendo.

El ataque a Peña Nieto ha sido feroz. No inició con López Obrador, sino con el senador Carlos Navarrete. Su motivación fue la disputa por la candidatura presidencial, pero no la del PRD, sino la del PRI. De igual manera, los reiterados ataques de Jesús Ortega al entonces secretario de Gobernación Gómez Mont (señalado por aquél como el coordinador de campaña de Peña Nieto), no fueron para defender al PRD, sino impostura para golpear al prospecto de candidato priista, tan es así que Calderón y Nava no fueron objeto de su agresiva atención. La realidad es que el PRD, a pesar de su fuerza en el Senado, ha estado al servicio de quien allí manda. Como ocurrió en la toma de posesión, el saldo es que Calderón ha sido el beneficiario y los intereses personales, los usufructuarios del ambiente de polarización. No es nuevo y esa es la razón del reclamo de AMLO hacia Jesús Ortega y compañía, con motivo del intento de alianza con el PAN en el Estado de México.

La izquierda tiene una situación extremadamente difícil, cualquiera que sea el candidato presidencial. La debacle podría iniciar en 2011 con derrotas en Guerrero y Michoacán. Con Peña Nieto candidato presidencial y Beatriz Paredes a la jefatura del gobierno, el PRI tiene posibilidades reales de ganar el DF, sin subestimar al PAN, quien gobierna tres importantes delegaciones. Con la inercia en curso, el PRD regresaría al tercer sitio en la elección y en el Congreso, además de ser una izquierda políticamente dividida en lo político, avejentada en lo programático y desprestigiada en lo social. Más que siempre requiere de inteligencia y, sobre todo, de aportar prestigios nuevos como puede ser el gobernador de Oaxaca.

La izquierda requiere entender la manera como el movimiento social se entrevera con la política institucional y las necesidades de apertura y liberalización política que vienen del postergado impulso liberal. Es necesario diferenciar sus rivales circunstanciales de sus enemigos históricos y evitar asociaciones interesadas propias de la retórica electoral. Es cuestión de supervivencia plantear un frente unido entre partido, gobiernos y legisladores para negociar lo importante y trascendente y así evitar que el chantaje de terceros se sirva con la cuchara grande del régimen y de los sectores dominantes a costa del movimiento popular.

Publicado en Milenio

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