1 mar 2011

Ni contigo, ni sin ti

Roberto Blancarte

01-03-11

Como en las telenovelas, pero en este caso, de muy mala calidad, la izquierda mexicana partidista se sumerge en la peor de las tragicomedias. El PRD le dice a López Obrador: “Ni contigo, ni sin ti”. Es un culebrón, como dirían los sudamericanos, que lleva varios años. Como mujer golpeada antes de la era de las leyes contra la violencia intrafamiliar, le dice: “Pégame, pero no me dejes”. No es capaz de ver su futuro sin él. No lo puede dejar ir aunque sepa que le está haciendo daño. No visualiza su futuro sin dicha persona, aunque sea un abusador o un abusivo. Él les dice que se quiere ir mientras el partido no se comporte y el partido le ruega que por favor reconsidere, que no tiene licencia para irse. Pero el ya se fue, nada más que regresa a casa cuando quiere, a golpear. Al final, ni se va ni se queda. El espectáculo es patético y promete durar algunos meses más.

El juego no tiene mayor ciencia: López Obrador quiere ser el único candidato de la izquierda: ya tiene prácticamente asegurado el boleto por el Partido del Trabajo y quizá por Convergencia. Nada más le falta el del PRD. Pero en su camino se atraviesan algunos dirigentes del partido que no necesariamente lo ven como su mejor o su única opción. Luego está Marcelo Ebrard, quien fue impuesto como candidato y por lo tanto prácticamente como jefe de gobierno por el propio López Obrador. Ex priista, ex salinista, hasta que el dedo presidencial no favoreció a su primer padrino Manuel Camacho, se reconvirtió a la izquierda y ahora aparece como su opción más moderna. Es, en suma, la personificación de la ambición personal por encima de cualquier proyecto ideológico. En apariencia, pero sólo en apariencia, Ebrard es lo opuesto de López Obrador, pues el tabasqueño se presenta como el hombre de principios por encima de pragmatismos políticos. Y sin embargo, no son tan distintos: en realidad, no sólo uno es el padrino político del otro, sino que en la práctica se han puesto de acuerdo en más de una maniobra, por encima del voto de los ciudadanos: el caso Juanito en Iztapalapa es el más evidente de esa complicidad. Hasta ahora Ebrard ha logrado evitar la colisión con quien lo puso en la posición que lo llevó a la jefatura de Gobierno del DF y cuyas huestes lo sostienen. Y ambos juran quererse y respetarse, pero como en las mejores telenovelas, el espectador no puede hacer más que esperar que uno apuñale al otro a la primera oportunidad, aunque sea su ahijado o su padrino. No hay aquí ideología; es pura ambición disfrazada de proyecto de nación.

Mientras tanto, el resto del PRD tiene el peor papel de la telenovela. Hay que recordar que Jesús Ortega fue el contendiente en las primarias del partido y fue vencido por Marcelo Ebrard, quien contó con el apoyo del lopezobradorismo. Luego esta misma corriente le disputó la presidencia del PRD, hasta llevarlo a los tribunales electorales. Lo mismo hicieron en las elecciones de Iztapalapa, con el ya mencionado y tragicómico episodio de Juanito y la delegada Clara Brugada, puesta allí con el apoyo del jefe de Gobierno y la Asamblea de Representantes del DF.

López Obrador no se contentó con imponer, allí donde pudo, a sus candidatos. Promovió en la práctica un boicot al PRD mediante candidaturas de perredistas en otro partido, el PT. Y desde allí creó su propia fracción parlamentaria, que le ha servido para bombardear al propio PRD y al resto de la izquierda, si ésta no se pliega a sus dictados. Pero aún con todas estas evidentes acciones de sabotaje, la dirigencia del PRD no se ha atrevido a llamarle la atención, ya no digamos invitarlo a que se retire o de plano expulsarlo del partido.

Marcelo Ebrard, por su parte, sabe que su única oportunidad de ser candidato presidencial es con el retiro y apoyo de López Obrador, cosa que difícilmente sucederá. Así que su carta, jugada magistralmente por Manuel Camacho, es la de la unidad a toda costa. Y la dirigencia del PRD le compró el boleto. La política de alianzas en varios estados parece darles la razón, pero en el fondo ésta terminó ahondando las diferencias existentes en la izquierda, mismas que, sin embargo, pocos quieren reconocer. López Obrador jamás permitirá una alianza que no signifique un absoluto sometimiento a sus ideas y proyectos. Y en eso no está solo. Hay muchos que prefieren una izquierda prístina y pura y esperan que su verdad los lleve a la victoria. La unidad, si acaso, será únicamente la de ellos.

La telenovela no ha terminado. De hecho se le han agregado capítulos. Ahora los enemigos de antes son aliados. Y no me refiero a panistas y perredistas, sino a los llamados Chuchos y a Ebrard, cuyas limitadas bases se confunden, si es que existen realmente, con las de López Obrador. Todos saben, de cualquier manera, que no pueden ganar solos. Necesitan de los lopezobradoristas, aunque quisieran prescindir de ellos. Y quizás ese es el gran dilema de la actual dirigencia del PRD. Como la mujer acostumbrada a que la golpeen y a la violencia intrafamiliar, no se atreve a cerrarle la puerta a su agresor porque no se imagina sola; el PRD no puede vivir con López Obrador ni sin él. Quizás un día entienda que vivirá mejor el día que se desprenda de sus temores, que preservar la unidad a toda costa es sólo una ilusión y que la separación es lo mejor que le puede pasar.

Publicado en Milenio

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