Camino al andar
Por María Amparo Casar
30 Jul. 07
En el PRD se han decantado dos visiones y dos formas de hacer política. Una que quiere seguir apostando por las instituciones y la otra que quiere mandarlas al diablo. Una que está dispuesta a jugar con las reglas del juego y la otra que quiere desconocerlas. Una que cree en las bondades del gradualismo y la otra que no está dispuesta a esperar su turno. Una que cree en la democracia cuando gana o pierde y la otra que no sabe aceptarla. No se trata únicamente de corrientes que luchan por quedarse con el control del partido sino de dos visiones irreconciliables.
Salvo contadas excepciones, la visión rupturista está instalada entre los perdedores del PRD. Aquellos que no obtuvieron la mayoría de votos para obtener un cargo de representación popular. La visión institucionalista predomina entre los que están ejerciendo el poder político desde distintas posiciones y tienen la responsabilidad de gobernar: los gobernadores y presidentes municipales, los diputados y senadores.
Estas dos visiones se enfrentarán en el próximo Congreso del PRD. López Obrador y Cota Montaño han abanderado la visión rupturista: al diablo con las instituciones, Presidente espurio, cero negociación. Jesús Ortega ha expuesto claramente la visión institucional: el PRD debe dejar atrás "cualquier vacilación acerca de la vía para acceder al poder político", "es inadmisible cualquier forma de violencia como medio para lograr el poder del Estado", la lucha por el cambio debe darse "en el marco de la legalidad", el PRD es ahora "oposición a la derecha pero además debe ser posibilidad y alternativa de gobierno", debemos despojarnos de la imagen de un partido "conflictivo, dividido y camorrista".
Pero lo cierto es que más allá de las posiciones de uno y otro bando, y más allá de lo que suceda en el próximo Congreso Extraordinario, el rumbo del PRD ya se ha ido definiendo. Se ha ido definiendo en la práctica, a través de sus acciones más que de sus declaraciones. La delantera la lleva la posición institucional. Aquella que quiere no sólo conservar sino también acrecentar sus posiciones de poder. Aquella que entiende que para ser opción de gobierno hay que saber "decir con solidez no al gobierno, pero también sabe decirle al país cómo sí se pueden enfrentar los desafíos".
Poco a poco se ha impuesto la visión de que es a través del ejercicio del poder que van definiéndose los partidos y de que es a través del ejercicio del poder que los partidos se convierten en alternativa de gobierno.
Los que así lo reconocen están apostando por permanecer en el juego. Y permanecer en el juego significa no sólo participar en las elecciones sino también en la toma de decisiones: a veces como gobierno, a veces como oposición.
En esta línea se inscriben las acciones de la línea política que se ha venido imponiendo. Ahí está la decisión del gobernador de Michoacán de unir esfuerzos con el gobierno federal en la lucha contra el crimen organizado y la de los gobernadores perredistas de reunirse con el Presidente para discutir y negociar el federalismo fiscal; la decisión de los tres legisladores perredistas de reunirse con Calderón con el fin de reclamar la atención de la Sedesol y la Segob y requerir la incorporación de 170 mil personas a los programas sociales del gobierno federal; la decisión de los legisladores del PRD en la diputación permanente de la Asamblea Legislativa del DF de votar un punto de acuerdo para exhortar a Calderón y a Ebrard para que establezcan lazos de coordinación y colaboración que reditúen en la prestación oportuna de bienes y servicios para la Ciudad de México; la decisión de algunos perredistas de reunirse con el presidente Rodríguez Zapatero a pesar de que AMLO lo tildó de traidor; la decisión de las bancadas perredistas en las Cámaras de diputados y senadores de presentar una contrapropuesta a la reforma fiscal que Calderón ha enviado al Congreso y de no abandonar la negociación. Ahí están las decenas de propuestas que el PRD ha presentado en materia de Reforma del Estado.
Lo que los ganadores del PRD han entendido es que en la elección del 2006 obtuvieron cerca de 15 millones de votos y que el capital político que esos votos representan no debe ser tirado a la basura. Que esos casi 15 millones votaron para que sus candidatos pudieran llegar a presidir o a participar en las instituciones del sistema no para que las mandaran al diablo. Que los millones de simpatizantes de esa opción política que han votado a lo largo de estos años por gobernadores, alcaldes, diputados y senadores perredistas lo hicieron para que al llegar a sus cargos hicieran lo posible para impulsar sus promesas de campaña. No para que abandonaran la plaza, se automarginaran y permitieran que los representantes de otros partidos se unieran para derrotar totalmente o en parte los programas de la izquierda.
Éstos son los perredistas que están haciendo camino al andar, los que están tomando la delantera.
Publicado en Reforma
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