Comida corrida
Jorge G. Castañeda
18 de julio-2007
No dudo que los reclamos dirigidos a parte de la izquierda mexicana por no condenar con vigor los atentados del EPR (suponiendo que sean de ellos o de una manipulación del narco a ese grupo, lo que daría más o menos lo mismo) son válidos. Tan válidos como los reproches dirigidos a esa izquierda en 1994 por sus actitudes frente al alzamiento zapatista; como han sido las críticas contra el PRD y la coalición pejista por su reacción ante la derrota electoral. Y ni hablemos de los gritos delirantes de las huestes de Fernández Noroña contra Rodríguez Zapatero: "Viva la ETA". También creo que las críticas relativamente amplias de las que son objeto legisladores, gobernadores, jefes de gobierno y demás cuadros del PRD, a unos más que a otros, por no "reconocer" y "negociar" con Calderón son pertinentes. Y por último, es evidente que la censura a las posiciones retrógradas de la izquierda mexicana sobe Cuba, Venezuela y Estados Unidos, por no mencionar a Israel, los territorios ocupados en Palestina e Irán, también es meritoria.
El dilema consiste en saber si este conjunto de posiciones y otras (la expresión entre folclórica y demencial de Iruegas declarando no bienvenido a Rodríguez Zapatero) son una comida corrida al estilo de la fonda mexicana, o un menú de cualquier restaurante chino, desde Mexicali hasta Hong Kong.
En estos últimos el cliente puede escoger un platillo entre varios: sopas y entradas; platos principales: arroz o fideos; postres, puede saltarse cualquiera de estos manjares y concentrarse en lo que más le atrae y hasta puede optar entre Dim Sung y comida tradicional Schezuan, Cantonesa o Hunan. En cambio, la comida corrida a la mexicana casi siempre es un paquete de todo o nada: sopa seca, guiso, arroz y frijoles, flan: no hay de dos sopas.
Esta analogía viene a colación porque distinguidos integrantes de la comentocracia nacional le piden a la izquierda que adopte un "enfoque chino": que abandone algunas de sus posturas especialmente aberrantes y odiosas, pero solapando y a veces alentando la conservación de otras menos álgidas y repudiables. Así, ciertos sectores le pidieron a AMLO y al PRD que aceptaran el fallo de las urnas, respetaran las instituciones y fueran una oposición leal. Pero no le exigieron que se deslindaran claramente de la APPO, del EZLN, de Chávez o de ETA (recordemos cuando AMLO prohibió la entrada al juez Garzón a un reclusorio del Distrito Federal). Asimismo, en 1994, se le pedía al PRD y al ingeniero Cárdenas que respetaran los resultados de la elección presidencial, cualesquiera que fueran, pero no que repudiara el alzamiento zapatista; otros demandaban la ruptura con Marcos, pero no con La Habana. Y hoy, muchos, con toda razón, piden una condena explícita al EPR y al recurso a la violencia... en México, pero no en el país vasco, Palestina, Londres o Bagdad.
El problema es que la mente de la izquierda en México hoy equivale a una comida corrida a la mexicana: un conjunto totalizado, un todo coherente -falso-, pero consistente.
Dos tesis constituyen los hilos de oro de la cosmetología de nuestra izquierda. La primera es el sueño del asalto al cielo: nuestra izquierda sigue siendo revolucionaria, aunque algunos de sus integrantes se resignen a la inviabilidad de la toma del palacio de invierno en las condiciones actuales de México y el mundo. Esa revolución es una y la misma, con nombres distintos, en épocas distintas y en diferentes latitudes: la dictadura del proletariado, el poder obrero democrático, la democracia popular, o el socialismo del siglo XXI. Son un cambio ontológico de la sociedad, de la economía, de las relaciones internacionales y de la política. No es lo que busca esa izquierda a la que ayer despectivamente llamó Marcos, siguiendo a AMLO, "una izquierda mediatizada"; no es un vil reformismo como le dijo el Peje a Felipe González; no es una manita de gato al capitalismo.
La segunda tesis es que efectivamente qui veut la fin veut les moyens, todo: las "armas" del EZLN, los atentados de ETA, las violaciones a derechos humanos en Cuba, el cierre de RCTV en Venezuela, los chalecos suicidas en Gaza y territorios ocupados, las explosiones del EPR o los desmanes de la APPO se justifican en nombre de esa revolución.
Mientras no cambie todo, no cambiará nada. Mientras votantes, donantes y pensantes no exijan un "extreme makeover", todo seguirá igual. Aunque Chucho Ortega gane en el consejo del PRD o Amalia se tome la foto con Calderón: a la hora de la verdad las ideas sí cuentan, y no han cambiado.
Publicado en Reforma
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