20 jul 2008

Desplazamiento hacia la izquierda
José Luis Tejeda

Noviembre de 1997

Hacia el inicio del decenio de los ochenta, se abría paso la revolución conservadora. El Estado social que había nacido de la crisis del 29 y la proliferación del keynesianismo era puesto en entredicho. La socialdemocracia europea y el populismo latinoamericano eran posibles gracias a las condiciones creadas por dicho Estado interventor y benefactor.

El ciclo del Estado social se cierra con la corrupción, el déficit público, la crisis fiscal, la ineficiencia y la obesidad de los aparatos estatales. Neoliberales y conservadores toman la ofensiva en estas condiciones. Hacen de la reducción y disminución de las demandas el eje primordial para articular una política de largo alcance. En lo económico, se concentran en la disminución de la demanda circulante. Por eso, la inflación es el enemigo a combatir según el pensamiento monetarista, tan emparentado con la derecha moderna. Se trata de reducir la demanda circulante, restringir el consumo y despolitizar la moneda. En lo político, aparece la temática de la ingobernabilidad, tan apreciada por la tendencia conservadora. Se trata de moderar y reprimir la sociedad demandante y peticionaria, para enfatizar la eficiencia y eficacia de la administración pública. Las conclusiones antidemocráticas de este discurso son claras. La teoría política conservadora hace del orden y la continuidad los elementos claves para pensar la democracia. Se confunde la democracia con el Estado legal y se eluden las partes sustantivas que acompañan al ideal de la democracia, desde Atenas hasta los clásicos de la modernidad política.

El neoliberalismo tenía mucho trecho por delante. Había que reconstruir las sociedades hacia el fin de siglo. La oposición hacia el Estado benefactor se hace desde la invención del mercado. El mercado aparece como una entidad venerable, por su espontaneidad y su regulación autónoma. El Estado en tanto, si bien es benefactor, es coercitivo y coactivo. En el discurso neoliberal, el mercado es el espacio propicio para las libertades. No olvidemos que todos los liberalismos se destacan por la defensa de la libertad negativa, la libertad contra los demás. Esta libertad es por ello intimista, privatista e individualista. Había que volver a inventar el mercado y vaya que lo hicieron, aunque se fuera proteccionista hacia arriba. El mercado y la competencia se imponían hacia el tercer mundo y hacia la clase obrera y los núcleos débiles del primer mundo. Así se formaron élites intelectuales y dirigentes bajo preceptos que luego se aplicaban mecánicamente para segregar y polarizar los países periféricos. Esto fue el salinismo para México. Un núcleo duro formado sobre una visión distorsionada de la realidad nacional, que impuso un esquema excluyente hacia nuestro país.

La invención del mercado iba acompañada de la destrucción de las colectividades y las solidaridades. El individuo y la ciudadanía fueron inventados. Todo espacio público y colectivo era visto como coerción externa e invasión del espacio privado. Con el neoliberalismo, toda dimensión pública se debería sustentar en un contrato entre particulares. Y todo contrato es un vínculo de exterioridad. El mismo acuerdo de compraventa que se establece entre los contratantes económicos invade todas las esferas de la existencia humana. Se cumplía la profecía de Marx. Los hombres nos veríamos reducidos a la simple economía. El trato distante, calculado y egoísta, es propio de los contratantes privados. Lo público se construye a partir de la esfera privada. El repliegue hacia la intimidad y la vida privada es la última dimensión del mismo proceso privatizador que iniciaron los neoliberales hace ya casi 20 años. Todo lo privatizaron, hasta la existencia humana. Se regodearon durante ya casi dos décadas en un programa privatizador que tenía mucha tela de donde cortar. Lo que empezó como una crítica modernizadora al anacronismo de los Estados parasitarios se ha terminado por convertir en un discurso que invadió los valores más íntimos del ser humano. Es el vaciamiento y la vacuidad que los neoliberales han engendrado.

Los límites del pensamiento neoliberal se han empezado a manifestar. Inventar el mercado y la individualidad tenían sentido, ya que eso alentaría la productividad y la eficiencia. Si los latinoamericanos vivíamos en el rezago era porque el nacionalismo, el populismo, el socialismo y el comunismo nos habían obstruido el camino hacia el progreso. Un mexicano, un peruano o un argentino tenían tantas posibilidades como un europeo o un norteamericano para progresar en su vida personal. Había que terminar con las rémoras y fomentar una mentalidad manchesteriana, volcada al trabajo, el ahorro, la productividad y la eficiencia. Lo demás vendría por sí solo. Quien trabaja y se esfuerza triunfa en esta vida adversa. Esa idea se vendió a la clase media latinoamericana y terminó por invadir a las mismas clases populares. En vez de resistir y combatir, había que buscar la inserción en el mercado internacional. Se llegó a decir que una nueva mayoría se estaba formando. Desde la clase alta hasta los emprendedores y esforzados trabajadores, se era partícipe de esta nueva mayoría modernizadora y pujante, que iría dejando atrás a todos aquellos fracasados y frustrados que se negaban a entender que la mentalidad empresarial era la única que valía la pena. Los países asiáticos habían puesto la muestra y con sociedades antidemocráticas y autoritarias se había logrado invadir el mundo entero de nuevas tecnologías. Chile impuso el modelo monetarista a costa de las libertades y la democracia. Una dictadura sangrienta e inhumana había llevado el progreso material al Cono Sur. El modelo salinista era la posibilidad de aplicar dicho esquema a un costo menor que el que se había pagado en Chile.

México vivió en el delirio colectivo de sentir que se era parte del primer mundo. El salinismo fortaleció el poder autoritario, incorporó a la derecha conservadora del PAN, cooptó a la intelectualidad crítica, sedujo a la clase media, postergó la demanda social, persiguió implacablemente a la disidencia política (el PRD) e implementó mecanismos compensatorios para los núcleos marginales. La rebelión de Chiapas fue apenas el primer indicio del fracaso del proyecto neoliberal. México se había segmentado y polarizado como nunca. Se había conformado una franja de nuevos ricos más audaz e inescrupulosa que los antiguos dueños del capital. El asesinato de Colosio rompió las lealtades internas del sistema político. En el mismo año fatídico, se abrió una brecha en el proyecto neoliberal. Aun así, durante las elecciones del 94 el voto del miedo se impuso y el PRI logró mantenerse como la fuerza mayoritaria del país. La devaluación de la moneda y el inicio de la crisis económica serían los puntales para acentuar la crisis de los neoliberales. ¿De qué sirve mantener un esfuerzo sostenido y ahorrar como lo sugiere el discurso económico, si por mecanismos abruptos se puede perder hasta el 100 % del capital acumulado y ahorrado? El carácter volátil y especulativo del capital internacional da al traste con los mecanismos autorregulatorios espontáneos y no coercitivos del mercado. El mercado dominado por la especulación salvaje es altamente disruptivo y agresivo. ¿Cómo se puede hablar de la inexistencia de rupturas, cuando la economía volátil es altamente explosiva? La clase media seducida por la modernización amaneció endeudada y con los sueños destrozados. México entero se despertó de la ilusión neoliberal y el nuevo realismo se impuso. La nueva mayoría se empezó a deteriorar y recomponer.

Los vientos han empezado a soplar en otra dirección. Hace un par de años, hubo muchos juicios apresurados de gacetilleros a sueldo, que llegaron a decir que la izquierda se convertiría en pieza de museo. Y no faltaron los gobiernos que trataron de hacer realidad tal premonición. El ciclo del neoliberalismo se ha empezado a terminar. Ha creado sociedades segmentadas, polarizadas, con minorías enérgicas y mayorías empobrecidas. La privatización como puntal central del programa neoliberal ha empezado a tocar fondo. ¿Qué falta por privatizar? ¿Cuáles son las áreas conservadas que deben proseguir el programa de mercantilización? La nueva mayoría se ha quebrado porque sólo una minoría ha saboreado las mieles de la sociedad liberal. Ha empezado a manifestarse una toma de distancia aún muy cauta de los electorados ante las propuestas de la derecha. El triunfo de Romano Prodi en Italia, de Tony Blair en Inglaterra, de Lionel Jospin en Francia, habla de una evolución del electorado hacia las franjas de la centroizquierda, hacia una incorporación de la dimensión social. No hay que tocar campanas a vuelo. Es sólo un desplazamiento hacia las propuestas de una izquierda moderada. Pero esto ya refleja el desgaste y la crisis de la perspectiva neoliberal. Que ésta se recupere o que la izquierda logre profundizar en una visión alternativa depende de lo que esta última realice en la nueva oportunidad que se le abre en nuestro fin de siglo. A partir del 6 de julio, México se ha sumado a esta tendencia mundial, con el triunfo de Cárdenas en el DF y el avance perredista a nivel nacional.

EL DERRUMBE GRADUAL DEL PRI

Se han escrito cientos de sesudos análisis para entender la naturaleza del sistema político mexicano. Otros tantos se han escrito para proyectar la manera en que se concretará la transición de México a la democracia. Como si fuera España, se ha creído que con un pacto entre las fuerzas democráticas se logrará el acceso a la democracia. Se ha pensado también que, tal como en las revoluciones del Este, con un golpe de fuerza electoral se puede dar el vaciamiento del partido oficial. Del mismo modo, se ha contrapuesto una y otra vez la visión gradualista o pactista a la idea de la insubordinación y la ruptura. La naturaleza peculiar del Estado mexicano deja entrever que la misma transición se está dando de una manera peculiar. Todos los modelos externos y las experiencias internacionales se estrellan contra el carácter único de nuestro sistema político y por ende de nuestra transición. Durante el sexenio de Carlos Salinas se intentaron las salidas rupturistas del PRD y el gradualismo democrático del PAN. Ambas demostraron sus limitaciones y, a su vez, pusieron su grano de arena para la maduración democrática del país.

Los pactos políticos en México pueden servir para moderar el enfrentamiento de los contendientes y evitar que el país se desintegre en luchas intestinas, pero los pactos pueden ser una simulación más. Su propia naturaleza hace al PRI un partido proclive al engaño y la simulación; de ahí que todo lo que pacta se sabe que puede ser violentado por el mismo régimen político que acordó una negociación política. La anulación de todo polo opositor por la cooptación o la represión también provoca que el pactismo y el gradualismo sean vistos con sospecha. Se entiende que un régimen que compra las conciencias, y que dice negociar y pactar, sólo lo hace por el afán de contemporizar con los cambios y preparar una adaptación a las nuevas condiciones irruptivas de la sociedad mexicana. Es una ingenuidad creer que la transición democrática mexicana va a seguir los derroteros de un pacto nacional. La historia enseña que hay que mantener una sana desconfianza ante uno de los regímenes más camaleónicos del siglo XX.

Tomar distancia del pactismo no puede llevarnos a la otra ingenuidad mayor: creer que una insubordinación ciudadana va a terminar por arrasar al régimen caduco de un solo golpe. El sustento y la implantación del sistema político mexicano con la sociedad y el pueblo son más fuertes de lo que se creía inicialmente. En las revoluciones del Este, de un solo golpe se desembarazaron los pueblos de los gobiernos autoritarios. El PRI no es un partido único tal como aparecía en los socialismos reales, aunque tiene una gran similitud con ellos. La legitimidad de éstos provenía de una revolución triunfante. En México, en cambio, nunca se eliminó la democracia representativa o las libertades individuales en la forma o en la letra. De ahí que la simulación y el engaño fueron mayores aunque el caso se diera en forma menos descarnada que la dominación de la nomenklatura burocrática. De un solo golpe se pudo consumar la democratización en el Este, porque el hartazgo era más definido. En México, el sistema de lealtades y complicidades ha creado una trama más compleja y difícil de desenredar. La derrota del PRI no se va a dar de un solo golpe y puede ser que tampoco conduzca a la eliminación del partido. Las últimas elecciones nos han dado la pauta de lo que puede ser la transición democrática mexicana.

Considero que dicha transición se parece más a un derrumbamiento gradual del PRI, que puede ser producto de la confluencia de muchas circunstancias y en un corte de tiempo que puede ser de varios años. De hecho, el PRI ha venido perdiendo paulatinamente el control político del país. Si bien el más reciente proceso democratizador en México tiene sus orígenes en el año remoto de 1968, a partir de entonces se ha venido profundizando una pérdida de legitimidad política del sistema que, hacia el decenio de los ochenta, se manifiesta en formas electorales. Antes se expresaba en la dimensión societal y en el crecimiento de una sociedad civil activa y contestataria. Desde los ochenta, se ha manifestado a través de las elecciones, primero con el avance panista en el norte de México y en las zonas urbanas y luego en la oleada neocardenista en 1988; después el salinismo quiso conformar un sistema bipartidista y negoció con el PAN tratando de destruir al PRD. Eso posibilitó la recuperación del PAN y su proyección a segunda fuerza nacional. En 1994, el voto del miedo se impuso y con ello hubo un retroceso en la maduración democrática del país. El triunfalismo volvió a las filas priistas y las fuerzas de oposición tuvieron que abandonar la estrategia de la insubordinación ciudadana o el gradualismo democrático. Se impuso la negociación y el pacto. Con todas sus limitaciones, la reforma electoral apuntó hacia una ciudadanización de los órganos electorales, que haría más imparcial y neutral la organización de las elecciones. Era un paso, si se quiere, incipiente en la conformación de un sistema político equitativo y equilibrado. La principal obstrucción, que no la única como luego veremos, para la maduración democrática del país, era la existencia de un partido que se confundía con los intereses del Estado y de la nación. Un partido es, como su nombre lo indica, una parte de la sociedad que lucha con otras partes de la misma sociedad por el consenso ciudadano. Un partido que lo es todo deja de ser partido y se convierte en Estado. Así operaba el PRI. No se trata de que el PRI pierda las elecciones o desaparezca, pero sí que de compita en igualdad de condiciones y sin trampas o triquiñuelas con los otros partidos.

El balde de agua fría de fines del 94 echó por la borda el triunfalismo priista e inició una nueva recuperación de las fuerzas de oposición. El PRI no ha cesado de perder posiciones electorales desde entonces. Con todo y la implantación de mecanismos fraudulentos, la oposición había venido avanzando. Es necesario registrar que, desde fines del 96, el avance opositor fue tanto del PAN como del PRD. Éste ha manifestado una recuperación impresionante desde entonces. En las elecciones del Estado de México, Guerrero y Morelos, los avances opositores fueron indudables y el avance perredista más marcado. El PRD había iniciado el camino para el ascenso electoral. En esas condiciones se dan las elecciones de este año, en que se afianza el PRD como una fuerza opositora importante, ya que obtiene la jefatura de gobierno del DF, la mayoría en la Asamblea de Representantes y alcanza el empate técnico con el PAN como segunda fuerza electoral; incrementa su presencia legislativa a nivel nacional y gana 70 diputaciones de mayoría. Se convierte en primera fuerza electoral en el DF, Michoacán y Morelos, se encuentra en empate técnico con el PRI en el estado de México y logra avances considerables en Campeche, Veracruz, Sonora, Sinaloa, Tamaulipas y Guerrero. El PAN, en tanto, pierde su condición de segunda fuerza consolidada y pierde el ritmo incesante que traía hacia la ruta presidencial del 2000. No logra el objetivo de ganar la mayoría de la Cámara de Diputados, se ve relegado hasta el tercer sitio en la capital de la república y pierde terreno ante el avance perredista. Aun así el PAN logra dos gubernaturas más (Nuevo León y Querétaro) y se consolida como primera fuerza electoral en los bastiones panistas (Nuevo León, Querétaro, Jalisco, Guanajuato, Chihuahua, Baja California Norte).

La mayor derrota electoral es para el PRI. Es el peor resultado electoral reconocido legalmente en toda su historia. No sólo pierde la capital de la república de una manera avasallante y se le van de las manos dos gubernaturas más. Pierde la mayoría de la Cámara de Diputados y su porcentaje electoral anda debajo del 40 %. Pierde la mayoría calificada en el Senado de la República. Se ha acentuado la declinación priista. Un par de semanas antes, muere Fidel Velázquez como una señal de lo que está por ocurrir en México: la crisis irremediable del PRI. No ha sido un derrumbe, ya que el PRI se mantiene como la primera minoría del país. Es el único partido que mantiene un carácter nacional. El PRD tiene votaciones de hasta el 3 % en entidades como Nuevo León. El PAN tiene votaciones por debajo del 5 % en una entidad como Tabasco. Ninguno de los dos partidos opositores logra mantener una presencia electoral nacional. Cuando logre eso alguno de los dos partidos, la debacle del PRI será inminente. En ningún estado de la república, el PRI está por debajo del 25 % de la votación, lo cual se debe a que es el partido oficial ancestral y su implantación por mecanismos fraudulentos y coactivos le permite garantizar dicha presencia nacional. Aún conserva la mayoría de la Cámara de Senadores, la Presidencia de la República y la mayoría de los gobiernos de los estados y sus respectivas legislaturas. El poder que aún tiene es enorme, por lo que no se pueden anticipar vísperas. Pero la derrota que ha sufrido puede ser el camino para un derrumbamiento gradual, que puede llevar a su conversión en un auténtico partido político o su desaparición paulatina del panorama político mexicano. En el tránsito del México de los veinte a los treinta, la antes poderosa CROM se fue desmoronando paulatinamente, en tanto se fortalecían nuevas organizaciones obreras. La CROM nunca dejó de existir, pero terminó por convertirse en una entelequia organizativa. El destino del PRI puede ser parecido. ¿Quién puede saber si el viejo partido oficial sobrevivirá a los tiempos democráticos que están invadiendo a México?

México ha dado un gran paso en la construcción de una sociedad y un Estado democráticos. Pero hay que ser muy prudentes, no confiar excesivamente en los últimos resultados y echarnos a dormir. Si bien las elecciones han adquirido una mayor legitimidad en las mayores ciudades del país, aún existen mecanismos fraudulentos que mantienen viciado el proceso electoral. Las elecciones en entidades como Campeche, Chiapas, San Luis Potosí, Colima y Sonora se han realizado bajo la sospecha de que la limpieza y la equidad no han sido la constante. De este modo, en algunas regiones y entidades federativas la discrecionalidad y la arbitrariedad gubernamental aún pervierten y deforman el sentido de la lucha electoral. Si a eso agregamos el hecho de que la democracia es ante todo una cultura política, entenderemos que el proceso democratizador sigue inconcluso. Desde las esferas del poder gubernamental nacional y estatal, se sigue auspiciando la inequidad y el fraude electoral. Hay que reseñar y subrayar esto. Pero los mismos partidos de oposición tienen deudas pendientes con la democracia. El debilitamiento del priismo no traerá por arte de magia el fortalecimiento de la democracia, si las prácticas antidemocráticas se reproducen en el interior de los partidos emergentes. No hay que olvidar que la cultura política priista es matriz de buena parte del espectro político actual, y donde eso no ha sido así se tienen resabios de intolerancia inquisitorial (en la derecha) o sectaria (los grupos de izquierda).

¿QUÉ IZQUIERDA?

Las elecciones de julio han dado tres datos claves para comprender la evolución de las fuerzas políticas nacionales. La pérdida y debilitamiento del PRI lo tiene que llevar a una refundación como un partido político más o a su desmoronamiento gradual e irremediable. También hay que señalar la contención del avance panista y su consolidación con una presencia importantes en regiones del norte y occidente del país, así como el avance de casi diez puntos porcentuales del PRD, el triunfo de Cárdenas y el apuntalamiento de la izquierda con vistas a la elección presidencial del 2000. La izquierda ha vuelto. A menos de diez años de la caída del Muro de Berlín y de la desaparición de la URSS, el péndulo está empezando a oscilar una vez más hacia la izquierda. Hace apenas unos años, cientos de agoreros habían presagiado el final de la historia y la extinción de las izquierdas. Cuando México vivía el ascenso de la movilización neocardenista, en Europa del Este se precipitaban los acontecimientos hacia la extinción de toda referencia de izquierda. Era la cresta de la oleada neoconservadora. En esas condiciones se forma el PRD, que es parte de una izquierda que conoce la derrota de los socialismos reales y hará de la democracia el hilo conductor de su lucha política. A diferencia de la vieja izquierda, el perredismo haría de la lucha ciudadana el elemento central de su actividad. Y esa es la razón de ser de su existencia. De ahí viene su viabilidad: construir y edificar el país como una democracia avanzada.

La recuperación de la izquierda mexicana merece un análisis más minucioso. Ha coincidido con la erosión de la votación priista y con la contención del voto panista. Es un resultado del deshielo internacional y de la crisis del sistema político internacional. La crisis del socialismo real afectó a todas las fuerzas de izquierda, aun aquellas que habían sido críticas y distantes de las experiencias de las revoluciones triunfantes. En lo inmediato provocó un clima de rechazo a todo lo social y fortaleció la tendencia individualista que ya había sido desatada desde principios de los ochenta. Toda utopía, ensoñación, se veía como una ingenuidad. Todo aquel territorio que había escapado al mundo del mercado fue mercantilizado. A mediano plazo, la caída del socialismo trajo un efecto benéfico para la izquierda democrática. El deshielo logró romper las fronteras políticas e ideológicas. Dichas líneas se volvieron flexibles y abiertas a la comunicación. Era otro dato en el fin de la sociedad disciplinaria y la edificación de una era comunicativa. Un hombre de izquierda y otro de derecha no se podían ni ver. Entre los grupos de izquierda existían visiones vanguardistas y autocomplacientes que llevaban al deslinde una y otra vez. El mundo estaba dividido por decenas de fronteras ideológicas y políticas. La visión de amigo-enemigo se imponía. El deshielo permitió franquear las fronteras. El mundo perdió antagonismo y la volatilidad se ha impuesto. Los mercados electorales ya no son cautivos como antes. Son mercados electorales volátiles, que mantienen una relación frágil con los cuerpos representativos. El PRD tiene un voto duro, pero la mayoría de la votación es volátil y flexible. Hay que tomar en cuenta esto. Los votos duros definen la base de la geometría política nacional, pero sobre ésta viene el voto volátil que decide la contienda.

La izquierda actual debe hacer de la democracia el hilo para proyectar una visión de Estado, sociedad y nación. Sólo sobre esa base el proyecto de izquierda tiene perspectiva. Por eso, no se trata de sacar los viejos documentos ya archivados o de creer que ahora se podrá realizar lo que quedó perdido en un pasado ya irrecuperable. La izquierda debe contar con la memoria de lo ocurrido. Es obvio que no se empieza de cero y que dicha memoria es más que necesaria en la vertiente de la izquierda. Una izquierda desmemoriada no tendría futuro. Ha vivido fracasos y derrotas nacionales e internacionales, así como aspectos valiosos que se deben rescatar. La izquierda mexicana no puede volver a equivocarse y debe actuar con mucha cautela y prudencia, ya que debe consolidar el capital político hoy conquistado con vistas a tareas de mayor envergadura y no derrocharlo en luchas estériles y vanas o en la repetición de experiencias fallidas. Tiene que ver al futuro. No se trata de realizar un salto al vacío, ya que todo movimiento histórico parte de experiencias pasadas y se inserta en una línea de continuidad, pero la fortaleza de la izquierda está en construir una idea fuerte de futuro: proyectar una vez más la experiencia humana para acercarse a la realización de los ideales de la modernidad política.

La izquierda nace en el momento fundador de la modernidad política: la revolución francesa. La izquierda es aquella fuerza que quiere realizar plenamente los ideales de la revolución francesa y, por ello, busca la subjetividad que pueda mantener vivo el ideal emancipatorio. La derecha se sustenta en la continuidad con el pasado y en los intentos de restauración una y otra vez, ante lo que considera el desorden provocado por las fuerzas revolucionarias. Bataille entendía, cuando hablaba de los lados, que el lado izquierdo siempre ha sido el lado oscuro de la existencia humana: lo que se ha querido negar y eludir. Ahí donde se impone la hipocresía, la izquierda tiene que decir las verdades y mantener viva la flama de la crítica. La verdad candente y dolorosa se tiene que decir. Esta ha sido el arma básica de la izquierda: el ejercicio crítico. Ahí donde se vuelve positiva, se vuelve orden, poder y autoridad, abandonando sus posturas originales. Eso ocurrió con el socialismo real; se hizo institución y perdió su veta crítica y revolucionaria. Ahora se trata de gobernar una de las ciudades más grandes del mundo, sin mimetizarse del todo con el orden imperante. ¿Cómo lograr el equilibrio para mantener una visión crítica y alternativa del mundo y asumir la experiencia gubernamental y administrativa con todo lo que ella implica?

El actual desplazamiento hacia la izquierda del electorado es muy mesurado. Es un voto centroizquierdista, que reconoce la importancia de lo social y rechaza la perspectiva tecnocrática y neoliberal, pero con el mantenimiento de la estabilidad y la continuidad. Es un voto por el giro con prudencia y responsabilidad. Eso debe ser tomado en cuenta por las fuerzas de izquierda y la sociedad que han llevado al poder del DF al PRD. Hay que tener presentes las experiencias de Lima, Caracas y Sao Paulo, en donde las fuerzas de izquierda lograron el triunfo electoral y la misma victoria las fue inhabilitando para proyectarse nacionalmente. Vivieron el desgaste del poder y quedaron atrapadas entre las trivialidades de la experiencia administrativa y la imposibilidad de dar un salto hacia adelante. El tránsito de la izquierda contestataria, crítica, opositora y social a la izquierda gobernante es difícil. Requiere de un cambio de actitud, de un ejercicio de mayor responsabilidad y cordura, sin terminar de anular cualquier diferencia con los otros proyectos nacionales. El asunto de la democracia puede perfilar una respuesta global a la problemática que la izquierda debe enfrentar. En primer término, parece prudente indicar que un gobierno perredista en el DF se tiene que plantear metas cortas y tangibles, para poder salir airoso de la enorme responsabilidad que ha adquirido. Tiene que combatir frontalmente la corrupción gubernamental, frenar la escalada de inseguridad pública que se vive en la ciudad, desarrollar una asignación de recursos más equitativa y poner las bases para una ciudad democrática; éstas son tareas que pueden ser enfrentadas en lo inmediato y que pueden dar frutos reales al gobierno popular.

La democracia es reconocimiento a los otros, tolerancia y disposición al diálogo. Una ciudad tan compleja y tan densa como la capital de la república requiere del ejercicio de la democracia para poder articular las diferencias. La vieja izquierda tendía a la utopía vanguardista, aquella donde una fuerza se consideraba depositaria de la verdad y actuaba en consecuencia: el rechazo a los otros y a los demás. Las revoluciones frustradas nos han enseñado que ese camino es intransitable. Una izquierda tolerante y dialógica puede representar un hecho innovador en la historia nacional. Alejarnos de la nefasta tradición inquisitorial de la derecha, el sectarismo de la izquierda y las trampas del PRI, puede ayudar a la formación de otra cultura política. Es la utopía de la comunicación y el entendimiento, de la búsqueda del encuentro y la confluencia. La izquierda puede mantener su veta emancipatoria sustentada en la persuasión y el convencimiento. El territorio de la fuerza es el espacio habitual de las corrientes oscuras del país.

Desde la misma democracia se puede pensar el asunto de la economía, la asignación y la distribución más equitativa de los recursos. Una democracia con una excesiva polaridad social puede dejar de ser un gobierno del pueblo y convertirse en una aristocracia del dinero. La democracia tiende a la nivelación y la equidad. No es el viejo igualitarismo y la cultura del resentimiento que tanto daño hace a las libertades individuales, sino una visión que atienda a los núcleos más desprotegidos. ¿Quién puede hacer uso de su libertad en una ciudad donde la delincuencia crece proporcionalmente al incremento de la pobreza? La democracia económica es la respuesta a los proyectos inhumanos que nos han venido del norte. La misma democracia permite configurar el encuentro nunca resuelto entre la libertad y la igualdad, entre el México imaginario y liberal y el México profundo y comunitario. Es imposible pensar en la anulación del otro. Estas respuestas sólo prolongan el estado de guerra y naturaleza y nos incapacitan para un ejercicio distinto de la política. La izquierda mexicana tiene mucho futuro y camino por recorrer; falta ver si lo podrá hacer. Sólo hay que tomar en cuenta una cosa: los ojos de México entero estarán puestos sobre el gobierno del DF.

El renacimiento de la izquierda me recuerda el mito de Prometeo, quien fue encadenado como castigo por los dioses, ya que se había robado el fuego y lo había entregado a los humanos: el desacato y la rebelión para lograr la emancipación y el crecimiento de la humanidad. La figura de Prometeo se opone a la resignación y la complacencia. Es el derecho de tener un destino diferente y enfrentar dicho destino. El encadenamiento de Prometeo es como el sometimiento de la humanidad a las reglas de un destino ineluctable. Su liberación es la recuperación de la voluntad. Prometeo ha sido desencadenado una vez más y con ello puede renacer la esperanza.


Centro de Estudios del Movimiento Obrero y Socialista. MEMORIA 105

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En defensa del Estado Laico y la diversidad social

Enrique Krauze. La izquierda mexicana