La izquierda en su destrucción
Francisco Valdés Ugalde
4 de mayo-08
La izquierda se ha derrumbado a la vista de todos. Cabe preguntarse ¿por qué?
La historia del PRD en su corta vida es la historia de fusiones de diversas corrientes políticas entre las que se impuso como dominante la parte del nacionalismo revolucionario que emigró del PRI por su desacuerdo con las reformas económicas neoliberales de los años 80 y 90.
En su primera época, el PRD emparejaba sus intereses con los de otros partidos comprometidos con oponerse al autoritarismo priísta, si bien disentía programáticamente del mayor de la derecha: el PAN. Este último y los partidos de izquierda independiente que antecedieron al PRD fueron los principales constructores del frente opositor que hizo posible arribar a la democracia electoral. Los grupos nacionalistas revolucionarios que luego abandonaron el PRI no tenían un compromiso con este objetivo sino hasta que, a su vez, fueron víctimas del monopolio electoral del PRI-gobierno a cuyas filas pertenecían.
Sin embargo, pasado el momento de construcción de la democracia electoral e implantado el dominio del nacionalismo revolucionario sobre las demás tribus del PRD, las prioridades de este partido cambiaron y comenzaron a aparecer rasgos de su política que no eran visibles previamente.
Un ámbito privilegiado de observación ha sido la plaza principal de ejercicio gubernamental perredista: el Distrito Federal. En particular, el segundo gobierno de este partido en la ciudad de México entre 2000 y 2006. El comportamiento del funcionariado y de su jefe fue emblemáticamente antidemocrático si consideramos los estándares de transparencia y rendición de cuentas que se requiere practicar en un gobierno democrático. Se ocultaron las cuentas de las principales obras públicas, se buscó la destrucción del Instituto de Acceso a la Información Pública Gubernamental del Distrito Federal, reduciendo su presupuesto, limitando su capacidad de supervisión y, finalmente, mediante un ominoso mayoriteo que cambió su estructura para conformarlo con funcionarios del propio gobierno: los vigilados convertidos en vigilantes.
Igualmente, el Instituto Electoral local fue acosado para debilitar su capacidad de supervisión, echando sobre las elecciones en el Distrito Federal un velo de ilegitimidad que sería más visible si no fuera por la sobrada mayoría alcanzada por este partido. Pero si en el futuro se presentase una elección muy reñida en la ciudad es muy probable que al Instituto local le ocurra lo que al IFE en 2006.
A lo anterior se suma el desastre de sus procesos internos de elección de sus autoridades, de los que la reciente de dirigente nacional es el último episodio. En este renglón el PRD ha ofrecido un espectáculo que hiere a los ciudadanos convencidos de la democracia como medio y finalidad del desarrollo nacional. Es decir, contribuye a producir una educación cívica negativa.
Por otra parte, en las discusiones que se han sostenido en la arena política acerca de lo que debe o no hacerse en materia de políticas públicas, sus posturas reproducen bajo un nuevo contexto la vieja e insalvable oposición entre “liberales” y “conservadores”. El PRD no solamente no ha tenido una posición clara respecto a la reforma y renovación de las instituciones nacionales, sino que ha ayudado a detenerla. Ejemplos hay varios además de los ya mencionados. En 1998 se negó a sumarse al consenso para hacer posible la reelección legislativa y desde que tiene un líder iluminado que quiere llegar algún día a la silla embrujada se ha convertido en defensor de un presidencialismo que genera rendimientos decrecientes y obstaculiza el desarrollo político nacional.
No se puede jugar a la democracia y romper sus reglas a conveniencia del “líder moral” en turno que han resultado no ser sino réplicas anacrónicas de los “hombres fuertes” de la Revolución Mexicana.
Pero quizás el problema principal que está a la base de la bancarrota del más grande partido de la “izquierda” es que no ha sido capaz de convertirse en un partido progresista moderno. En el periodo de la globalización, luego de la caída del muro de Berlín y la desaparición del bloque soviético, ante la permanencia de un sistema totalitario en China, la izquierda mexicana, al igual que la mayor parte de la izquierda latinoamericana, con excepción de Chile, Brasil y Uruguay, ha sido incapaz de enfrentar los deberes sustanciales de su renovación. El primero: entender que el Estado democrático liberal es el único marco dentro del cual puede y debe desarrollar sus propuestas de política y, por consiguiente, asegurar el carácter laico del Estado liberal respecto de cualquier fundamentalismo (sea religioso o secular). Segundo: desplegar políticas de acción pública que atiendan los problemas centrales de la desigualdad social y política para extender la ciudadanía moderna y progresista echando mano de las herramientas del conocimiento avanzado y ejerciendo plena transparencia en su actuar.
Por último pero no al final, el PRD nunca pudo superar una confusión básica: no se puede conjugar democracia con revolución. O es una cosa o es la otra. No hay revoluciones democráticas ni democracias revolucionarias. Tratar de emparejarlas es, por lo menos, un despropósito. En todo esto el PRD falló y se ha vuelto ejemplo de fuerza retardataria.
Publicado en el Universal
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