Violencia Revolucionaria
Gilberto Rincón Gallardo
28 de mayo del 2008
Dos noticias constituyen un buen motivo para nuestra reflexión. Primero, de España nos viene el dato de la detención de la cúpula de la organización terrorista ETA en Burdeos, Francia, la semana pasada y, en particular, de quien se presume es el número uno de ese grupo, Javier López Peña, alias Thierry. La otra, la muerte de Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda o Tirofijo, fundador y jefe máximo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Uno detenido y, otro, muerto, han dejado los dos de estar al frente de proyectos que usan la violencia para afirmar su ideario político, generalmente definido como de izquierda.
La ETA, un grupo secesionista dado al uso del terrorismo, y las FARC, un grupo de guerrilla marxista-leninista de origen rural, coinciden, pese a sus notorias diferencias, en haberse convertido en bandas mafiosas que en nombre de ciertos ideales respetables han generado una amplia criminalidad. También terminaron por coincidir, en estos meses, en una debilidad estructural, no sólo en la capacidad combativa y de destrucción frente a los estados a los que atacan, sino también de pérdida de gran parte del apoyo social que llegaron a tener en sus regiones de influencia.
Ambos personajes habían sido líderes de agrupaciones políticas que optaron desde hace mucho tiempo por el uso de la violencia armada como recurso para la toma de poder en su respectivo país y que, coincidentalmente, se mantuvieron en su postura radical incluso cuando era evidente que esas naciones gozaban ya de un sistema democrático que permitía otras formas de participación y competencia políticas.
Porque ese es acaso el más importante rasgo común: son grupos armados que luchan contra estados democráticos y no contra dictaduras. Como confirmación de este aserto, debería recordarse que, en los países en donde actúan, España y Colombia, existen organizaciones legales de izquierda con amplia presencia social y que han optado desde hace un largo tiempo por la lucha política, sin pasar por el dogma revolucionario del exterminio del rival. Incluso, en el País Vasco español, donde actúa principalmente la ETA, gobierna un partido nacionalista democrático que mantiene un fin similar al de la banda terrorista, pero se distingue de ésta en el terreno crucial de los medios utilizados.
Norberto Bobbio sostenía que la diferencia entre izquierda y derecha estaba en el tema de la igualdad. Mientras que la derecha, según él, tiende a avalar la desigualdad y hasta a considerarla natural y deseable, la izquierda es fundamentalmente igualitarista, pues pone en el centro de su acción la remoción de los obstáculos que hacen desiguales a los seres humanos. Pero el mismo Bobbio afirmaba que esto no hace idénticos o tendencialmente similares a los distintos agrupamientos de izquierda, pues la extrema izquierda cree poder construir esta sociedad igualitaria en contra del método y los valores de la democracia. Por ello, no deberíamos hablar de una sola izquierda, sino de las izquierdas y, al hacerlo, nunca está de más insistir en que el tema del uso de la violencia es un rasgo de identidad que hace inasimilables e irreductibles unas a otras.
La política de izquierda en un marco democrático puede ser radical y confrontacionista, pero de allí a la violencia hay un gran paso que no debería darse ni siquiera en el discurso. Las lecciones de España y Colombia están allí, para confrontarnos con nuestros propios fantasmas.
Publicado por Excélsior
No hay comentarios:
Publicar un comentario