La reforma del PRD
Ricardo Monreal
14-agosto-07
El partido mayor de la izquierda mexicana (con el mayor número de militantes y simpatizantes, el mayor segmento de población gobernada y representada en el Congreso y los liderazgos políticos y sociales más representativos) enfrenta también los mayores retos de su historia.
Una visión burocrática reduce esos desafíos a sobredimensionar la renovación de la dirigencia nacional. Que si tal o cual corriente domina el Congreso Nacional; que si tal o cual liderazgo saldrá fortalecido o debilitado. Reducir los desafíos del PRD a un juego entre corrientes es literalmente “acorrientar” al perredismo.
Otra visión igualmente corta de miras es creer que el principal desafío es la “desAMLOización” del PRD. Es decir, la ruptura, fractura o divorcio entre López Obrador y las principales corrientes perredistas; preludio a su vez de una separación mayor, la de López Obrador y el Frente Amplio Progresista. Esta versión propalada desde la derecha pretende ocultar que AMLO sigue siendo el principal activo político, no el pasivo mayor, del perredismo. Así como el PRD es la principal plataforma, no un ancla o grillete, para el movimiento social que alienta el lopezobradorismo.
Los mayores problemas y obstáculos al desarrollo del PRD están en otra parte. En lo interno, son desastrosos los conflictos que se generan entre las corrientes o expresiones por obtener cargos de dirección del partido y candidaturas de elección popular. Hay que revisar el papel de las corrientes y los métodos de selección de candidatos. Más ciudadanos y menos corrientes al interior del PRD es un camino posible. Mayores candidaturas representativas y menor reparto de cuotas es otro criterio a adoptar.
Pero ante todo, lo que requiere de manera urgente es la erradicación de prácticas antidemocráticas en el seno de la organización como el sectarismo, o la creencia de poseer la verdad absoluta sobre los fines del partido; el patrimonialismo, o el manejo de las estructuras y recursos del PRD como propiedad exclusiva de una expresión o grupo; el corporativismo, o la tendencia a privilegiar la participación de individuos y movimientos sociales en agrupamientos internos; y el clientelismo, o la movilización electoral con base en prebendas, canonjías o privilegios gubernamentales o partidistas. Por cierto, es importante considerar que estos vicios no son exclusivos del PRD y se pueden observar en otras organizaciones partidistas.
Otro tema de la mayor importancia que deberá atender el Décimo Congreso Nacional Extraordinario es la forma de relacionarse con el gobierno de facto de Felipe Calderón, así como la orientación de la política de alianzas legislativas y electorales. La percepción dominante en el perredismo de que fue despojado de la Presidencia de la República mediante actos ilegales e ilegítimos hace prácticamente imposible un diálogo con el actual inquilino de Los Pinos. Otra situación, en cambio, presenta el Congreso de la Unión, órgano del Estado mexicano reconocido plenamente por el PRD y donde existe diálogo, debate y participación institucionales.
En este contexto, es importante señalar que la insistencia del señor Felipe Calderón de debatir ante el Congreso de la Unión en realidad tiene como destinatario final al PRD y al FAP, ya que con el PAN y el PRI no tiene necesidad alguna de acudir a este recurso parlamentario para zanjar diferencias. Con ellos simplemente descuelga el teléfono y acuden presurosos a Los Pinos. La propuesta del Ejecutivo federal de debatir en San Lázaro busca en realidad ser reconocido políticamente de facto por parte de la izquierda parlamentaria; una calidad hoy denegada o escatimada.
Sin embargo, con el mismo argumento que la Presidencia rechazó hace unas semanas una invitación a debatir con AMLO el proyecto de reforma fiscal (“el debate ya se dio en la campaña electoral”), el PRD y el FAP podrían responder que “es tiempo de gobernar y legislar”, no de distraer la atención con debates preelectorales rumbo a la renovación de la Cámara de Diputados en 2009.
Por último, el próximo congreso del PRD se da en un contexto nacional adverso. Si en la época del partido dominante (PRI) se enfrentaba a embestidas y elecciones de Estado, hoy afronta elecciones y embestidas de establishment; es decir, de los llamados “poderes fácticos” (una coalición de gobierno, empresarios, Iglesia y sindicatos poderosos). Si antes lo perseguía el Leviatán, hoy lo acecha Behemot o la derecha extrema. Resolver los diferendos internos, abocarse de fondo a la reforma del PRD, es la mejor defensa contra esa nueva embestida y salir fortalecidos para continuar la larga marcha hacia un país más justo y democrático.
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