Mi regreso Rosa Albina Garavito 7-02-08 Las dos condiciones se cumplieron, y el viernes pasado quedó registrada mi candidatura. Ahora que ya tengo la decisión tomada puedo responder con holgura a la pregunta de la reportera. Después del 2000 en que concluí mis tareas de senadora de la República, en efecto me alejé del PRD. El origen de la decisión fueron las fraudulentas elecciones internas de 1999 en las que encabecé una planilla, la cual también participó de esas deleznables prácticas. Dije entonces que el PRD estaba en riesgo de refuncionalizar al PRI. Por desgracia esa profecía se ha cumplido. Con la complacencia de la dirección nacional, la resolución de la Comisión de Garantías y Vigilancia de castigar a los responsables del fraude interno no se cumplió. Así se fue construyendo el camino de la descomposición del PRD, evidenciado en otros vergonzosos episodios. El mensaje de impunidad siempre es un aliciente para quienes apuestan a la ilegalidad en la persecución de sus fines. Por eso el PRD no es un partido moderno. No acata el mandato universal de su norma interna. En cambio apuesta al poder tradicional del acuerdo bajo la mesa. Tampoco es un partido democrático. En la toma de decisiones la opinión del militante no cuenta, lo que priva es el poder del dinero traducido en las prácticas clientelares y corruptas de los grupos internos de poder. La reforma estatutaria aprobada en el octavo Congreso Nacional, en el que participé, para convertir a los grupos en corrientes de ideas nació muerta. Esa descomposición interna ha sido terreno fértil para descalificar la libre discusión de proyectos y de estrategias que permitan rescatar al país para beneficio de las grandes mayorías. Así es como se pretende ganar la gracia del liderazgo carismático en turno. Hoy nadie se atreve a contradecir una tesis convertida en dogma: el PRD no dialoga, no negocia; sólo denuncia. Flaco favor se hace al pensamiento crítico que debería caracterizar a toda izquierda, flaco favor al país, a liderazgos e instituciones. Hoy que somos la segunda fuerza —a pesar del fraude y de nuestros errores de campaña—, nos comportamos como una izquierda marginal. Esto significa un gran derroche de fuerza construida a lo largo de muchas luchas; una fuerza que no es patrimonio personal de nadie. La descomposición interna ha llegado lejos y la nueva contienda inicia en un ambiente de polarización. ¿Cómo disminuir el riesgo de la ruptura, pero también cómo evitar la negociación para que todo quede igual? La derecha en sus distintas expresiones se frota las manos ante la perspectiva de la ruptura o del inmovilismo del PRD. Participar en una planilla que apueste a la unidad partidaria en torno al respeto de la legalidad y al debate de las ideas es uno de los motivos de mi decisión. Contribuir a que el partido sea el instrumento de transformación del país, incluso antes de ser gobierno nacional, anima también mi decisión. Una tesis generalizada en las filas de la izquierda mexicana es la que confunde poder con gobierno. Se puede tener el gobierno sin tener el poder, pero es posible desde la oposición incidir en la toma de decisiones del gobierno si se hace valer la fuerza que la izquierda representa. Es necesaria una convocatoria a un diálogo nacional con todas las fuerzas políticas y sociales para lograr un acuerdo para el desarrollo económico y democrático del país. Apostar a la caída del gobierno sólo profundiza la regresión autoritaria en curso. La responsabilidad de la izquierda para construir una salida democrática a la larga crisis nacional que vivimos es mucha. Es necesario actuar en consecuencia. Después de nueve años de que mis propuestas se vieran de soslayo, la invitación de Ramírez Cuéllar me genera condiciones para abrir espacios al debate de las ideas en el PRD; para convocar a la militancia libre al rescate del partido. Son estas las razones de mi decisión. Publicado en el Universal |
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19 jul 2008
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