8 ago 2008

Izquierda y democracia

Izquierda y democracia
Ezra Shabot
8-Agosto-08

La lucha por el voto universal fue una de las demandas fundamentales de la izquierda desde el siglo XIX. Los propios revolucionarios estaban convencidos de que si las masas obreras y campesinas llegaban a tener el derecho de elegir a sus gobernantes, lo harían a favor de los representantes de su clase social y con ello la Revolución sería una realidad irrefrenable. Sin embargo, la historia se movió en un sentido distinto al pronosticado por los revolucionarios. Las mayorías oprimidas no buscaron la Revolución en aquellos países en donde el sufragio universal se estableció, y el desarrollo capitalista dentro del marco de las democracias representativas terminó por incorporar a los desposeídos a la economía de consumo.


La debacle del "socialismo realmente existente" a fines del siglo pasado reforzó la idea de que democracia y capitalismo eran una mancuerna compatible, y la discusión se centró en las modalidades que el desarrollo capitalista debería de tener para beneficiar a los aún marginados del progreso. En este sentido la izquierda mantuvo su bandera de democracia, a la que añadió formas de generación y distribución de la riqueza alejadas del estatismo inoperante y el control absoluto del mercado. En este escenario de cambios rápidos y profundos, la izquierda mexicana quedó atada a un pasado anacrónico. El Partido de la Revolución Democrática, surgido de una fusión de priistas desplazados del partido único y de una izquierda marxista que en 1989 veía pasar frente a sus ojos el fin del fracasado proyecto estalinista, no pudo remontar los mitos y dogmas de sus orígenes históricos y quedó atrapado en un espacio de fuertes cacicazgos y propuestas inviables. Si las candidaturas de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y la de AMLO en el 2006 estuvieron a punto de darles la Presidencia de la República, los proyectos planteados por ambos líderes no mostraron jamás una alternativa de izquierda modernizadora. En 1988, la figura de Cárdenas era el símbolo de la lucha por la democracia en un país en donde el autoritarismo priista había sustituido la voluntad de la sociedad misma, e incluso cerrado los espacios a sus propios liderazgos como los de Cárdenas y Muñoz Ledo. Pero el proyecto cardenista de país no era diferente al del nacionalismo revolucionario priista con una economía cerrada y un Estado rector del mercado. La candidatura de López Obrador en el 2006, con un país con instituciones democráticas creadas por todos, incluso por el PRD, reproducía de una u otra forma el sueño de algunos revolucionarios de 1910 de construir un país con justicia social en el marco de un Estado fuerte, organizador de la sociedad.

Las pugnas que se dan en estos momentos al interior del partido responden una vez más a la lucha por el control de los cacicazgos locales. Ni las propuestas de Nueva Izquierda, ni mucho menos las de Izquierda Unida, encabezada por López Obrador, logran dar un vuelco programático en la dirección de las izquierdas europeas posteriores al fin del socialismo realmente existente. Ambas corrientes mantienen esa combinación de estatismo a ultranza y de corporativismo heredado del priismo, lo que les impide pensar en un nuevo modelo comprometido con la democracia en general y más aún con la democracia dentro del propio partido.

Los tímidos intentos de Jesús Ortega y Carlos Navarrete de presentar una cara distinta a los extremismos de AMLO, Encinas o Fernández Noroña, los sitúan en el bando de los moderados, pero no en el de aquellos dispuestos a construir un partido con una propuesta económica y política de izquierda que responda a las necesidades de los grupos desprotegidos, en el marco de una sociedad abierta, sin paternalismos y rompiendo viejos mitos de un estatismo que sólo empobreció a los más débiles. Lo que hicieron los partidos socialistas europeos, o el propio Lula en Brasil, es una muestra de lo que se puede lograr cuando se abandona los fantasmas del pasado para construir una mejor sociedad en el presente. Se trata de que la izquierda mexicana adopte un papel "revolucionario" y se despoje de ataduras, mitos y corazas que le impiden presentar una alternativa real a lo que hoy plantea un panismo que se debate entre el centrismo político y sus propios grupos extremistas, o a un priismo que no puede deshacerse de su historia y estructura autoritaria. Por lo pronto el PRD corre el riesgo de reducir al mínimo su fuerza el próximo 2009, si sus liderazgos no están dispuestos a negociar el control del aparato partidario.

Publicado en Reforma

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