1 sept 2008

Uno que hizo política con miedo

Uno que hizo política con miedo

Ricardo Becerra

01-sept- 08

Para Doña Silvia y Lídice.

Ustedes quieren que me coma a los comunistas, verdad? Son como chayotes, rugosos y con pelos que punzan. Me como a los comunistas ¿y luego? ¿cómo los cago?” Quien endosó esta metáfora durante una tirante reunión con un grupo empresarial en 1976, fue don Jesús Reyes Heroles, a la sazón secretario de Gobernación y artífice de la reforma política, que después de varias décadas de proscripción, le daría su lugar en la contienda electoral al Partido Comunista Mexicano. El episodio me lo contó —creo que un par de veces— Gilberto Rincón Gallardo mientras bebía su clásica copa fría de vino rosado; y aunque vivía en un periodo de excesivo trabajo y tensión (eran los momentos de su campaña como candidato presidencial por Democracia Social), le gustaba rematar sus análisis de actualidad extrayendo lecciones de otra época, comparando la era en que hacía política dentro de un partido anatemizado, vigilado y expulsado de la legalidad. Era una época en la que “se hacía política con miedo” (para usar la exacta expresión de Luis Giménez Cacho); miedo al abuso policiaco, a la discrecionalidad de las autoridades que podían decidir “hasta lo que la oposición clandestina podía hacer”, y miedo también, a la paranoica psicología de gueto tan típica de los grupos marginales (u obligados a ser marginales). Creo que ese permanente contraste entre épocas, era la motivación principal de su razonamiento, la forma en que Rincón evaluaba la situación política y el estado de las cosas. Había sido encarcelado en Lecumberri después de 1968 y hasta 1971 (entre otras, 31 ocasiones más), y era perfectamente consciente de la prioridad democrática, de que la lucha política más importante que tenía la izquierda mexicana delante de sí, era la lucha por las libertades políticas fundamentales, por crecer en la competencia legal, o sea, por ganarse un espacio en la convivencia pluralista. Aunque Rincón Gallardo era un nombre que se escuchaba en cualquiera de los ambientes de izquierda, le conocí de cerca, en los años noventa, en los días en que el PRD debía ser incorporado a los pactos de transición democrática. Como reportero seguí los pormenores de su tercer Congreso Nacional, llevado a cabo en Oaxtepec, en agosto de 1995. Fue él quien elaboró mejor que nadie la definición política que intentaba hacer del PRD un partícipe directo en la reforma por venir: “El diálogo no es un método de lucha más sino la forma misma del cambio democrático...” y alertaba sobre el riesgo de que el escenario electoral se asentara “sólo mediante la competencia real de dos partidos, PRI y PAN, modelo que conviene a la visión neoliberal de la transición” (La transición con izquierda. Nexos núm. 214, octubre de 1995). Aunque la prensa nacional apenas y se percató, aquella fue una batalla intelectual y política memorable para tres días sin sueño, en los que Rincón, un moderado Muñoz Ledo, Ortega, Encinas, García y varios más que, para sorpresa de muchos, lograron revertir el estado de ánimo testimonial y pendenciero del PRD y lo colocaron legítimamente, de pie en la negociación democrática. En las conclusiones votadas de ese foro, la izquierda mexicana dio un viraje civilizatorio: “...proponemos a la nación una transición pactada, pacífica y constitucional hacia la democracia... El PRD convoca al diálogo nacional entre las fuerzas políticas, sociales, civiles, culturales y el gobierno... el país necesita la instauración de un sistema democrático competitivo y cumplir dos requisitos mínimos: autonomía de los órganos electorales y equidad en la contienda electoral”. Lo lograron. Gracias a esa reforma, obstinadamente propulsada por Rincón y los suyos, vino —natural— la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en la capital de la República y el crecimiento consistente y sólido del PRD. Pero también “una invasión oportunista” de cuadros camaleónicos y la radicalización hueca, incomprensible, que Rincón ya no soportó. En septiembre de 1997 abandona al PRD con la firme convicción de crear otra opción de izquierda, socialdemócrata, que después de un periplo casi heroico se quedó a 0.1% de su registro definitivo en el año 2000. Volvió a intentarlo en el 2003 y ya ni siquiera pudo (pudimos) llegar a la boleta.
Hablé con él y aprendí de él mucho menos de lo que debí. Pero su figura simboliza para mí una de las paradojas más perturbadoras de la transición mexicana: que quienes se jugaron el pellejo y combatieron seria y persistentemente por el cambio y quienes se beneficiaron de él, no fueron, casi nunca, los mismos. Los tipos Rincón Gallardo por la izquierda y los tipos Castillo Peraza por la derecha, hicieron la transición. Pero quien cosechó sus frutos fueron otros, con muchos menos méritos y sin sentido de los costos involucrados en esa historia. Tal vez por eso, la política ha perdido el aliento y se ha extraviado en un juego de rapacidad, bloqueo y desquite, incomprensible por aquellos que realmente construyeron el cambio. La responsabilidad de personajes como Rincón Gallardo, abrieron las compuertas de la democracia en México. Quizá porque ellos sí sabían lo que era hacer política con miedo.

Publicado en Crónica

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