Néstor Ojeda
14 Diciembre 08
Se trata de dinero. Exactamente de 28 millones de pesos. Nada tiene que ver la ideología. Simplemente es un asunto de pesos y centavos. Ésa es la razón por la cual el senador Ricardo Monreal ha realizado una de las más extrañas piruetas de las que se tenga registro en la historia del trapecismo político mexicano, al declararse legislador del Partido del Trabajo, pero sin renunciar a su militancia en el PRD.
El cambio tiene como objetivo que los petistas, aliados de Andrés Manuel López Obrador, no pierdan los privilegios a los que tienen derecho los grupos parlamentarios en el Senado, los cuales deben tener como mínimo cinco integrantes.
De los cuatro senadores fieles a El Peje, tres encontraron pretextos para no acatar la orden del titiritero: Rosalinda López, porque buscará ser candidata a gobernadora de Tabasco; Yeid-
ckol Polevnsky argumentó que no podía por su posición en la Mesa Directiva, y el ultrapejiano Salomón Jara, que de plano no quiso.
Como en su momento Rosario Ibarra, ahora apechugará Monreal en las filas del PT, ya que al igual que Alejandro Encinas, es uno de los mejores hombres de López Obrador.
Ambos son, sin duda, dirigentes de talla nacional, de gran capacidad de negociación y de prestigio ganado a pulso. Y ambos, por una inexplicable e irracional incondicionalidad al tabasqueño, han visto enlodada su imagen y su trayectoria con actos indignos.
A López Obrador no le importó reventar un liderazgo más. Lo importante era mantener en el redil al PT ante el desmoronamiento de su movimiento y la lenta pero consistente disminución del flujo de recursos de las arcas del PRD, las filas de legisladores federales y locales de Nueva Izquierda y los que, sin duda, llegan desde Zacatecas, Guerrero y el Distrito Federal para sostener su carrera rumbo a 2012.
Con la misma desvergüenza, Andrés Manuel López Obrador desmontó desde el Gobierno del Distrito Federal los liderazgos del PRD para quedarse sin competencia ni contrapesos y sin importarle el futuro del partido. Por su cuchilla y para su gloria cayeron Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Robles, René Bejarano, Ramón Sosamontes y Carlos Ímaz.
Ahora le toca el turno a Ricardo Monreal y Alejandro Encinas de sacrificar su dignidad y su libertad. Pobres, qué pena.
Publicado en Milenio
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