18 sept 2009

El pasmo de México

Héctor Aguilar Camín

18-09-09

México parece un país que ha perdido el paso, y camina lentamente. Su imagen externa es reflejo puntual de la interna: un país sacudido por la violencia, desprestigiado por la corrupción y fracasado en su lucha contra la pobreza. Luego de un siglo XX de poderosa identidad en el espacio latinoamericano, parece haber llegado al mismo tiempo a la democracia y al desconcierto.

El cuarteto mexicano que se dio cita en Santiago de Chile, en agosto pasado, para esbozar el libro que escribirán, con otros colegas, sobre los últimos cien años del Bicentenario de la Independencia, tuvo sobre todo un acento político y contemporáneo, más que sociológico, económico o histórico.

Aparte del que escribe, acudieron Jesús Silva-Herzog Márquez (ITAM), Erika Ruiz (CIDE) y Guadalupe González (CIDE), que coordina el volumen con su colega María Amparo Casar.

Nuestro retrato de la realidad mexicana no hubiera extrañado, incluso parecería complaciente, a los lectores de la prensa diaria de México, pero fue sorpresivo, por ácido, para algunos participantes del encuentro.

Sin ponernos de acuerdo, agregando miradas, describimos un país detenido, de instituciones débiles para procesar sus retos, desdibujado en su identidad internacional, al que la consecución de uno de los mayores bienes públicos de su historia, la vida democrática, se le ha vuelto incertidumbre, indefinición, falta de rumbo.

Desde el Cono Sur, en el corrillo de la libre charla de los participantes, México aparece como un gigante latinoamericano que dejó de serlo, absorbido como está por su relación con Norteamérica, aunque, precisamente por ello, un país clave para la América Latina en su relación gravitacional con Washington.

Correlativamente, México apareció en nuestras exposiciones como un gigante dormido, amarrado por sí mismo, que se agita sin poderse mover. Su democracia lo ha hechizado con los polvos de la indecisión y poco han hecho sus líderes aparte de perder el piso común.

México ha pasado del nacionalismo revolucionario al nacionalismo futbolero, del autoritarismo irresponsable a la democracia improductiva, de la hegemonía de un partido a la fragmentación partidaria, del estatismo deficitario al neoliberalismo oligárquico, de los poderes no escritos del gobierno al imperio de los poderes fácticos, de la corrupción de antes a la corrupción de ahora.

Un país, se diría, al que le sobra pasado y le falta futuro. Un país pasmado, en un pasmo históricamente inaceptable dados los avisos perentorios de su violencia y las persistencia colonial de su desigualdades.

Publicado en Milenio

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