2 mar 2010

Arribafirmante

Héctor Aguilar Camín

02-03-10

Curiosa la lectura crítica que ha recibido el desplegado “No a la generación del No” que impulsamos Federico Reyes Heroles, Jorge Castañeda y yo.

Un crítico, John Ackerman (Proceso), dice que es un documento salinista. Otro, José Carreño Carlón (El Universal), dice que es “el manifiesto de Zedillo”. Otro más, Porfirio Muñoz Ledo (El Universal), dice que a los firmantes los une el apoyo a Calderón. De modo que es a la vez un manifiesto salinista, zedillista y calderonista.

Cada quien pone el acento donde quiere ponerlo y a muchos no les gusta o lo que leen o quien lo firma. Tienen razón en acentuar lo que quieran y en gustar o no de quienes lo firman, y del desplegado.

Pero al escoger opciones tan dispares ponen de manifiesto la pluralidad del manifiesto, el hecho de que reúna gente que no suele reunirse pero que coincide en lo fundamental de este momento: hay que suspender el No a las reformas fundamentales que el país necesita, “recuperar el proceso reformista abruptamente interrumpido a mediados de la década anterior”, como dice Carreño Carlón; “promover los cambios hasta ahora detenidos”, como dice Muñoz Ledo.

Nos pareció que esos cambios van por el rumbo de las reformas presentadas por el gobierno de Calderón, no porque sean las del gobierno de Calderón, sino porque reúnen temas que por más de una década se han discutido entre la clase política y sobre los cuales muchos partidos tienen incluso iniciativas de ley que duermen congeladas en alguna comisión del Congreso.

Mejor encaminado va Fernando Escalante cuando dice que quizá la Generación del No es algo que no depende de la voluntad de los políticos, sino de desacuerdos reales que hay en la sociedad y que los políticos profesionales, a querer o no, representan. No creo que ninguno de los firmantes del desplegado se haga muchas ilusiones respecto a que su colección de firmas tornará los desacuerdos en acuerdos. Pero los políticos no están ahí sólo para representar las diferencias de su sociedad, sino también para conciliarla y guiarla.

Y no sólo para sostener sus desacuerdos, sino también para escuchar que esos desacuerdos empiezan a tener rendimientos decrecientes, que el hartazgo con la Generación del No es real, aunque no lleve destinatarios específicos, y que gente muy dispar coincide en que hay que poner en marcha el país, darle un rumbo, tomar decisiones que hagan la diferencia tanto en la realidad como en la percepción de la vida política.

Hablo por mí, desde luego, como arribafirmante único de este espacio.

Publicado en Milenio

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