20 mar 2011

AMLO-Ebrard: la disputa de la impotencia

Alán Arias Marín

20-03-11

No existe el político capaz, ni siquiera Ebrard y su apuesta por un bloque centro progresista con el PAN, como sí lo fueron Cárdenas y AMLO, populistas y nacionalistas-revolucionarios, de asumirse y ser aceptado como “jefe político” apto para ese liderazgo.


Ilustración: Luis Miguel Morales

La descomposición de la izquierda electoral mexicana es más grave que nunca en virtud de su impotencia política. La indefinición y confusión que privan en el relevo de la presidencia del PRD y otros cargos directivos (Secretaría General) muestran el grado de inoperancia, infecundidad política y organizativa, que tienen en riesgo de desarticulación a ese partido. La urgente y decisiva reconstrucción política del PRD, como la organización mayor y emblemática de la “izquierda” parece improbable.

A diferencia de sus momentos cruciales de expansión política y afirmación institucional, el bloque de izquierda no es actualmente capaz de generar expectativas políticas, sociales y culturales en los amplios sectores de masas (trabajadores, jornaleros agrícolas, campesinos pobres y medios, clases medias empobrecidas y/o insatisfechas, masas desposeídas y marginadas, intelectuales y artistas) en condiciones estructurales e intelectuales propicias para ilusionarse y votar por esa opción.

1988, 1997, 2006, fueron episodios y procesos que prefiguraron una “izquierda” que parecía corresponderse intelectualmente y esbozaba capacidades para articularse prácticamente con las condiciones estructurales de la sociedad mexicana. Eso la dotaba de fuerza y potencia. Fue, en esas oportunidades, el esbozo de un bloque político y social emergente apto para disputar el poder al bloque social y políticamente dominante, partidistamente encuadrado en el PRI y el PAN.

No existe el político capaz (ni siquiera Ebrard y la complicada e ideológicamente inopinada apuesta por un bloque centro-progresista con el PAN) como sí lo hubo en otros momentos cruciales (Cárdenas y AMLO, con apelación populista y concepción nacionalista-revolucionaria) de asumirse y ser aceptado como “jefe político” apto para ese liderazgo.

El caudillo, para serlo, debe generar expectativas reales y efectivas de poder. Está en el origen del PRD (su código genético), en su heterogénea composición de fuerzas y en su precariedad ideológica subordinada al nacionalismo revolucionario. Necesidad reiterada —nunca cuestionada— de un “caudillo” con la fuerza centrípeta suficiente para nuclear tendencias y tribus y amalgamar con relativa coherencia la precariedad ideológica de sus corrientes.

Para las elecciones 2012, ese abanico de fuerzas, denominada izquierda, no cuenta con condiciones para aspirar seriamente al poder presidencial. AMLO, aún como candidato unitario (PRD-PT-Convergencia), no cuenta con probabilidades de triunfo; su voto duro es escaso, sus negativos demasiado altos, por lo que el elector libre (indeciso), que decidirá la elección, muy improbablemente sería convencido por su propuesta.

Ebrard, por su parte, eventualmente más competitivo entre los indecisos, tampoco cuenta con fuerza política y caudal de votos suficientes para ganar como candidato único del PRD, aún en el improbable caso de que AMLO decidiera no contender (PT-Convergencia), sus votos duros se concentran clientelarmente en el DF y su proyección al plano nacional será limitada (en rigor, está mermado de antemano por los votos leales de AMLO y su movimiento).

Dejada a su propia fuerza, ninguna opción de “izquierda” tiene condiciones de posibilidad objetiva para ser alternativa de poder. Esa debilidad estructural se convierte en impedimento para su crecimiento político al punto de imposibilitar la sinergia suficiente para generar expectativas de triunfo para los sectores sociales proclives a sus ideas o imagen mediática y cultural.

Ebrard es pieza clave (AMLO también) del juego coyuntural en el que el PRD decide el relevo directivo y, con ello, indirectamente y a futuro, candidaturas, prerrogativas y prebendas de poder y financieras que configuran su “territorio” de poder. Pero no puede jugar el papel de caudillo reconstructor, porque, sin la hipotética alianza con el presidente Calderón y PAN, no cuenta con cartas suficientes para ganar la presidencia. Ahí lo ilusorio hace mella en su profesionalismo.

Por ello es que, sea cual sea la solución al intríngulis de la reunión que prosigue hoy (extensión de mandato limitado, provisional colegiada, Zambrano-Padierna), el PRD —quizás sin ruptura de AMLO— adoptará una salida pragmática. Son liosos, enredados y confusos, pero dotados de una inteligencia práctica notable. Al no contar con un caudillo con potencialidades reales de poder y triunfo electoral, su comportamiento colectivo apuntará a preservar lo que tienen. Repartir cargos burocráticos, candidaturas, prerrogativas y clientelas. El GDF es la joya de la corona de ese patrimonio, buscarán no perderlo. Mantener viva la apuesta por las alianzas con el PAN —EdoMex, Nayarit, Coahuila— es vital para Ebrard, por ello el condicionamiento duro de Bejarano-Padierna de renunciar a ellas y proceder al reparto de lo que objetivamente hay.

Publicado en Milenio

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