20 jul 2008

Izquierda y modernidad
Porfirio Muñoz Ledo
23-01-06

En acatamiento de las decisiones impuestas por el Instituto Federal Electoral y que no se corresponden con el calendario establecido por la ley, han dado comienzo simultáneamente las contiendas de los diversos candidatos, retenidos hasta hoy en sus puestos de salida. Así, el inicio de esta batalla más se ha asemejado a una competencia deportiva o equina que a un proceso político propio de una normalidad democrática.

La espera no parece haber tenido mayor efecto sobre las preferencias electorales y se dibuja ya una suerte de triángulo, donde la punta superior está ocupada por uno de los candidatos y las inferiores, en el mismo nivel, por los otros dos contendientes.

Al mismo tiempo se ha encendido el debate público al punto que no hay prácticamente espacio social o laboral en el país en el que no se discutan vivamente los perfiles de los candidatos, así como los temores o esperanzas que éstos suscitan. Muy poco todavía sus ideas y sus propuestas.

De acuerdo con mi propia experiencia, la inmensa mayoría de las conversaciones parten del mismo supuesto: la necesidad de un cambio en el país que mitigue las enormes diferencias sociales, impulse el crecimiento y el empleo y ofrezca seguridad a los ciudadanos. La cuestión es discernir qué opción es portadora de esas transformaciones, y qué candidato tiene la mayor solvencia para llevarlas a cabo.

En un plano más elevado, el debate se centra en el proyecto de nación que encarna cada opción política y en las posibilidades reales que tiene de encauzarlo. Aquí se enfrentan concepciones diversas sobre el camino que debiera seguir el país y los márgenes de acción que nos permitirán andarlo. Esa es la controversia ideológica.

También está en juego el destino de nuestra transición democrática y la estrategia para consolidarla. De acuerdo con el más reciente estudio de Latinobarómetro, si bien el apoyo a la democracia se mantiene arriba del 50% de la población en toda la década, la satisfacción por los resultados alcanzados por ésta oscila entre un tercio y un cuarto de la población.

Una gran mayoría de los encuestados reconoce que hemos transitado hacia un escenario político más libre, pero que el cambio no ha servido para mejorar sus niveles de vida, sino que éstos se deterioran día con día. De ahí la tendencia creciente a identificar el éxito de la democracia con el progreso social y la razón por la que venezolanos, uruguayos y chilenos manifiestan una estima más alta por el régimen democrático.

En contrapartida, la derecha enarbola en todos los países la bandera de la modernidad. La clave de su discurso reside en la identificación con un supuesto proceso civilizatorio desatado por la globalización y en la descalificación del contrario, al que denuncia por su vinculación con el pasado y sus prácticas "populistas".

Esa es la razón por la que la propaganda conservadora relaciona artificialmente a sus oponentes con figuras políticas de hace tres o cuatro décadas y con las crisis económicas ocurridas. La izquierda, por su parte, se asume como la continuidad y la renovación de nuestras luchas históricas y rechaza que la derecha encarne modernidad alguna.

La cuestión es discernir si la llamada "modernización autoritaria" implantada por regímenes militares en América Latina y por el salinismo en México, significa en verdad un salto adelante en la evolución de nuestras sociedades. Los datos empíricos prueban lo contrario: que se establecieron los fundamentos de una nueva relación colonial y que nuestros pueblos están hoy más rezagados que antes en los índices del desarrollo humano, la capacidad productiva y el fortalecimiento de la ciudadanía.

Un debate que sintetiza el dilema de la modernidad es el de las llamadas "reformas estructurales". La derecha coloca sistemáticamente ese adjetivo a los cambios que promueve, cuando ninguno de ellos contribuiría a la transformación de la economía y de la sociedad, sino al incremento de las ganancias privadas y de la dominación transnacional.

Se repite con nuevos ropajes la antigua teoría evolucionista que nos llevó a la más prolongada dictadura de nuestra historia mediante la confusión del progreso con la emulación de lo extranjero, y la imitación de sus modas y costumbres. Con razón decía un clásico aforismo francés que los caníbales no se modernizan por comer con cubiertos.

La izquierda enfrenta un gran desafío. Probar que posee el coraje y la grandeza de sus antecesores. Que es capaz de reinventar la República, de combatir la inequidad y la corrupción, y de encontrar nuevos equilibrios entre el Estado y el mercado. Que hay vías efectivas para conciliar las exigencias de la globalización y la necesidad que nuestros pueblos tienen de incorporarse a la modernidad por la elevación de sus condiciones de vida y el acceso a la sociedad del conocimiento.

Ha dicho Hugo Pipitone que "desde la Revolución Francesa la izquierda significa voluntad y proyecto de cambio". Los auténticos progresistas han enfrentado siempre el dogma, el privilegio y la verdad revelada. Sus mejores armas han sido el pensamiento crítico y la convicción de que la igualdad es posible. Para los socialistas, decía Giddens, "lo esencial es apropiarse de su desarrollo y dirigirlo en forma consciente. Ser, en suma dueños de nuestro propio destino".

En el caso de México, no hay duda que los grandes jalones de nuestra historia se ubican a la izquierda y que ese fue el sentido fundamental del movimiento de Independencia, de la Reforma y de la Revolución Mexicana. La transición democrática, que marca el cambio de siglo, no sería tal si desembocara en un mayor debilitamiento del Estado y en la restauración de nuestros ancestrales vínculos de dependencia y subordinación.

Esos serán algunos de los temas cruciales que habrán de debatirse a partir del día de mañana en los foros que organiza la comisión consultiva para un proyecto alternativo de nación. Esos serán los grandes retos de la alianza Por el Bien de Todos.

Publicado en el Universal

No hay comentarios:

En defensa del Estado Laico y la diversidad social

Enrique Krauze. La izquierda mexicana