Contra el caudillismo
Jesús Ortega Martínez
19 Agosto 2008
Requerimos un sistema político de instituciones democráticas y éstas, obligadamente, ceñidas a la Constitución y a las demás leyes.
En la crisis que ahora mismo vive el PRD se interrelacionan varios aspectos que son las verdaderas causas de su existencia. Los análisis más vulgares y más profusamente presentes en la prensa diaria refieren de una “disputa descarnada” por el poder del partido, por las posiciones de representación de éste y hasta por las prerrogativas —las económicas— que recibe. Estos análisis no tienen que ver con la realidad y sólo reflejan la pobreza del análisis político que se hace desde los medios de comunicación.
En el PRD y en su crisis hay causas más profundas, estructurales. Está, por ejemplo, la responsabilidad que debe confiarse a los liderazgos individuales en la constitución, el funcionamiento y la proyección de nuestro instituto político. Los llamados liderazgos individuales se han convertido, en realidad, en un pernicioso “caudillismo” que, con sus formas y métodos esencialmente antidemocráticos, obstruyen el desarrollo institucional del partido de izquierda más grande e influyente del país.
Hace 19 años, el PRD nace con el propósito de constituir un nuevo régimen político en el cual se erradicara o cuando menos se equilibrara el nocivo presidencialismo que durante parte importante del siglo pasado determinó, en sentido negativo, la vida social y política del país. No se trataba de sustituir el presidencialismo priista por otro tipo de presidencialismo; no se buscaba suplantar al autoritarismo priista por un “autoritarismo” de otro signo partidista, así fuera panista o perredista. El cambio que se plantearon el PRD y una parte importante de la izquierda es de carácter estructural y cultural; no es sólo de cambio de partido en el poder y menos sólo de cambio de hombre para que éste continúe ejerciendo el poder de manera autoritaria.
Esto que ofrecimos al país, desde una oposición de izquierda, debiéramos practicarlo, consecuentemente, en el seno de nuestro partido. Pero, lamentablemente, no se ha comprendido de esta manera y son los perredistas, algunos de los más importantes dirigentes, quienes insisten en preservar esa anacrónica forma de gobierno para el país y el partido.
“El seductor de la patria” Antonio López de Santa Anna decía, en el siglo XIX: “Yo conozco a México y sé lo que necesita: un hombre fuerte en el poder y palos a diestra y siniestra”. Ha pasado más de un siglo desde que “su Alteza Serenísima” se entronizó en el poder y a pesar de tantas desgracias ocasionadas por esa fórmula de gobierno aún seguimos en el país —y en el partido— creyendo en esa receta.
Hemos logrado que el presidencialismo priista no se encuentre ya en el ejercicio del poder federal, pero sociológica y culturalmente seguimos esperanzados en que la Providencia, algún día, nos dote, no importa de qué partido lo sea, de otro seductor. Por lo pronto, el del rancho de San Cristóbal resultó en un rotundo fracaso y por el mismo rumbo se enfila quien lo sustituyó en la Presidencia.
El país no requiere caudillos providenciales; no necesita que se renueve, desde el PAN, desde el PRI o desde el PRD, el nefasto presidencialismo; por el contrario, requerimos un sistema político de instituciones democráticas y éstas, obligadamente, ceñidas a la Constitución y a las demás leyes.
La izquierda mexicana debe modernizarse en muchos sentidos e indudablemente lo tiene que hacer sobre su propuesta de régimen político y de gobierno. La izquierda debe superar la idea del caudillo que providencialmente sacará al país del remolino del atraso. Esta convicción se encuentra en el centro de la lucha en el interior del Partido de la Revolución Democrática.
Publicado en Excélsior
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