18 ago 2008

Tercera Revolución

Tercera Revolución
Macario Schettino
18 de agosto de 2008

El cerebro está hecho para encontrar regularidades, pautas, patrones. Incluso en donde no los hay. Hasta en lo que resulta de una convención, como el calendario, imaginamos horóscopos, repeticiones, milenarismos. Algo así ocurre con la idea del fatídico año 10. Hace tiempo que Enrique Krauze equiparaba la modernización salinista con las reformas borbónicas, causa indirecta del levantamiento de 1810 y con el porfiriato, terminado con las revueltas de 1910. Esta comparación tenía al menos alguna lógica, puesto que a cada periodo modernizador le correspondía una reacción “popular”. Pero para la mayoría de las personas, no es necesario que existan causas para que los ciclos mágicos se cumplan. Reitero, así funciona la mente.

El mito del año 10 ha sido recuperado ahora por quienes pronosticaban la revolución año tras año. Ya forma parte de la bruma del pasado, pero hace muy poco que en la izquierda se revisaba si las condiciones objetivas y subjetivas del proceso revolucionario se cumplían. Hace muy poco que se insistía en el agotamiento del Estado capitalista y la necesaria revolución.

La derrota que sufrió la propuesta restauradora en 2006 es el último eslabón. Ante la incapacidad de asumir los errores propios, el único camino posible es la invención de un enemigo formidable, a la medida del líder, claro, que debe ser enfrentado mediante la heroica lucha del pueblo. La suma de esta necesidad sicológica del derrotado, la tradición de la revolución imaginada de la izquierda y el mítico año 10 no dejan lugar a duda: estamos al borde de la Tercera Revolución.

Poco importa, en esta demencial visión, que 1910 no haya sido un año de levantamiento general en México, que 1810 haya resultado en una orgía de sangre y fracaso. No importa nada más que la realidad construida con esa mezcla de víscera y engaño histórico, rencor e ignorancia, resentimiento, estupidez. Con todas sus letras lo dicen compañeros de estas páginas: se trata de derrocar al gobierno. Y lo dicen quienes formaron parte de los gobiernos de la guerra sucia de los setenta, para mayor cinismo.

El bien primordial del Estado, consigo mismo, es la permanencia. Con la sociedad, es la seguridad. Por ambas razones, no debe el Estado consentir conspiraciones. Pero es la sociedad la que debe romper la camisa de fuerza mental que el régimen autoritario le impuso: es hora de aceptar que los fracasos tienen su origen en esa mítica Revolución que está por cumplir su centenario. Es hora de enfrentarnos, no entre nosotros, sino a la verdad.

Publicado en el Universal

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