Libertades
Roberto Zamarripa
1 Sep. 08
Gilberto Rincón Gallardo fue un hombre de libertades. Miembro de una excepcional generación dirigente de la izquierda, Rincón introdujo el discurso de libertades y tolerancia en una corriente política que bamboleaba entre las tentaciones autoritarias y violentas y los caminos democráticos. Junto con otros dirigentes del Partido Comunista Mexicano (PCM) -encabezado por Arnoldo Martínez Verdugo- Rincón Gallardo impulsó desde hace tres décadas en la izquierda las demandas de derechos políticos de minorías, reivindicaciones de género y defensa de las libertades políticas para ministros de culto y miembros del Ejército, que hizo suyas entonces un amplio espectro de la izquierda mexicana. Era un reformador y libertario irredento cuyas propuestas partían de diagnósticos contundentes, severos y certeros. No cejó de reclamar respeto y tolerancia en todos los espacios políticos que ocupó, incluso dentro del gobierno. Reforma.com, a propósito del fallecimiento de Rincón Gallardo, recordó en un producto gráfico, uno de los artículos que escribió precisamente sobre la marcha contra la inseguridad, celebrada en el 2004. "Seguramente estará presente en esa marcha la llamada ultraderecha; como lo estará la derecha liberal, el centro, la izquierda y gente que ni siquiera se adscribe a visión política alguna. Seguramente, también, habrá quien trate de instrumentar la marcha para atacar políticamente a algún gobernante; pero el tema de fondo es si existe o no la situación de tragedia y alarma por la que se protesta; y lo cierto es que ésta existe y no hay manera sensata de ocultarla", dijo Gilberto días antes de aquella manifestación de hace cuatro años. El texto pudo haberse escrito ayer. "La escasez de resultados por parte del sistema de justicia, el nivel de impunidad, la descoordinación visible entre instituciones y entre gobiernos, la tendencia de nuestra clase política a ir a remolque de los problemas y nunca adelantarse a ellos, generan, en conjunto, el caldo del cultivo para la desconfianza ciudadana y para el surgimiento de exigencias como las de la pena de muerte", puntualizó. Rincón reclamaba una política de Estado en materia de seguridad pública, "es decir, una serie de acuerdos de cooperación, profesionalización, continuidad en el combate a la delincuencia, reforma al sistema de justicia y de construcción de estrategias integrales que debe mantenerse al margen de la lucha partidista" (Reforma, "El Estado y la marcha", 26/06/04). Tenía razón. Ahora queda claro que han fracasado las políticas económicas, sociales y de seguridad aplicadas por los gobiernos de distinto signo en los últimos años. La disociación de la estrategia de seguridad de los conflictos sociales y de la realidad de estancamiento económico es lo que ha llevado a confundir una estrategia de seguridad con una especie de revisión de la bitácora de una comandancia de policía. Lo que hierve es un severo problema social y cultural (desempleo rampante, desigualdad no mitigada, violencia discursiva, enaltecimiento de la estafa en productos mediáticos) que ha provocado, entre otras cosas, la desesperación para la obtención de ingreso, en los casos más simples, y la búsqueda de satisfacción de ambiciones de poder amparadas por la actividad delictiva, en los más complejos y dolorosos. Ante la carencia de políticas de creación de empleo y de equilibrio económico, para muchos hoy la obtención de un ingreso se sustenta en la ilegalidad. Evadir impuesto, ser subcontratado, ocultar el origen del dinero, evadir el recibo del arrendamiento, comprar piratería por ser más barata, son las trampas obligadas para ganar dinero. La cultura de la ilegalidad -por tanto de la impunidad- es el lenguaje común tolerado y fomentado. Y sobre ese entramado crece la hidra de la ilegalidad mayor que fomenta el consumo y el mercado irregular, donde el crimen organizado controla la piratería y somete al comercio formal al cobrarle tributo en distintas localidades. Encaramado en ello, pululan el secuestro, la trata de personas y el narcotráfico. El amasijo de ilegalidades de nuestras prácticas cotidianas, estimuladas incluso por el Estado y toleradas por la sociedad, es el mejor ambiente para el crecimiento de las peores delincuencias criminales. Ese entramado no surge por fuera de las instituciones. No es exógeno. Surge con recursos públicos y, paradójicamente, con decisiones de gobierno. Checar todos los días la bitácora de la comandancia de la policía es una medida sensata pero insuficiente. Una política de mero control de resultados sin ataque de fondo a las causas de todo tipo de delincuencia no aliviará el daño social. La batalla por la seguridad es una batalla de defensa de libertades. Sí, es una batalla como la dada en su vida por Gilberto Rincón, extraordinario político mexicano, socialista, humanista y democrático, que hará mucha falta en las bregas por venir.
Publicado en Reforma
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